Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

viernes, 23 de abril de 2010

Los nuevos esclavos

El sometimiento del hombre por el hombre, la esclavitud, es una práctica que se ha empleado en muchas sociedades del mundo desde la antigüedad más remota. Los griegos, los romanos y numerosas culturas del planeta, tanto africanas, como asiáticas o americanas, contemplaban la figura del esclavo dentro de sus sociedades. Con más o menos derechos, e incluso sin ninguno, vivían los esclavos explotados por sus dueños perpetuándose así una de las mayores vergüenzas de la humanidad: la vejación y privación de libertad del ser humano por la fuerza sometiéndole a la voluntad de otro hombre y despojándole de sus derechos hasta llegar al extremo de reducirles a la categoría de animales o “cosas” en muchas ocasiones.

Con el descubrimiento de América la necesidad de explorar y explotar las nuevas tierras supuso una masiva esclavización de las zonas conquistadas y de un elevado número de pobladores africanos, que eran arrancados de su hábitat natural por los “negreros” europeos y posteriormente vendidos como esclavos en “el nuevo mundo”. No hay cifras exactas sobre a cuantos africanos afectó la trata de negros, de tal modo que las cifras bailan entre los diez millones de los más optimistas a los cien millones de los más pesimistas. Cualquiera de las cifras supuso una gran convulsión para al menos dos continentes y su desarrollo, y aún ahora está pagando por ello. No hay más que ver como está Haití, uno de los primeros países de esclavos que se independizó. Después del terremoto está fatal, pero antes no estaba mucho mejor y era uno de los países más pobres del mundo.

Afortunadamente las evoluciones sociales, la ampliación de los derechos humanos y la concienciación ideológica y política, no sin las respectivas revueltas y presiones de los esclavos, llevaron a la progresiva disminución de la esclavitud hasta su completa abolición a mediados del siglo XX, concretamente con la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y por una posterior Convención de 1956, ambas proclamadas por la ONU, en las que se prohibía la práctica de la esclavitud y reclamaba su abolición, aunque no todo es tan bonito como pudiera parecer.

La abolición de la esclavitud ha sido simplemente a nivel de derecho, porque de facto se sigue practicando bajo formas muy variadas: servidumbre por deudas, trabajos forzados de niños y adultos, la explotación sexual de mujeres y menores, el comercio de seres humanos y los matrimonios forzosos son algunos modos de esclavitud encubiertos que se producen en la actualidad.

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), hace tan sólo ocho años, 245 millones de niños trabajaban, y 1,2 millones eran víctimas de trata. Las carreteras españolas están llenas de mujeres y niñas que ejercen la prostitución, muchas de ellas obligadas a ello por las mafias que controlan la trata de mujeres. Eso, aquí mismo, en un país supuestamente desarrollado… ¿Cómo no llegará a ser en los que supuestamente no lo son tanto?

Es innegable que, aunque aún queda demasiado por solucionar, la raza humana ha evolucionado mucho en la supresión de la esclavitud. En ello ha influido notablemente la implantación de los sistemas de producción capitalistas. La progresiva mecanización de los procesos de trabajo ha dulcificado mucho el esfuerzo de la mano de obra humana. Cada vez se necesitan menos esclavos para realizar los trabajos penosos porque hay más máquinas para hacerlo, o bien se necesita una habilidad especial para poder ejecutar la labor y eso exige una formación que se ha de pagar, no sirven los esclavos.

Mecanizar los procesos productivos ha permitido minimizar el esfuerzo físico del trabajo humano y potenciar su formación, lo que reduce la posibilidad de esclavitud, pero también multiplicar la producción, y aquí entran nuevos riesgos que nos amenazan. La producción ilimitada que propugna el capitalismo, además de llevar a un agotamiento de los recursos, a no ser que se logre un crecimiento sostenible basado en el reciclaje de la materia prima y al logro de una energía limpia y reciclable plena, también conlleva un consumo ilimitado. Y es aquí donde surge un nuevo modo de esclavitud. Una retorcida esclavitud a la que nos trata de llevar el sistema de producción capitalista ya que es una esclavitud tan inconsciente, que se ha convertido en voluntaria: el consumismo.

No hay más que mirar los tumultos que se forman en los grandes almacenes con los inicios de las rebajas. Desde pequeñitos nos preparan para consumir: juguetes, ropa, electrónica, coches, pisos, casas, lujo, exclusividad, imagen,… Hay que consumir todo lo que la industria es capaz de producir. Para ello es necesario dinero, y para tener dinero hay que trabajar (bueno, excepto algunos que saben obtenerlo de otros modos menos claros), y el trabajo exige tiempo, y el tiempo para hacer lo que tú mismo deseas es la libertad. Lo contrario, es esclavitud. Los nuevos esclavos son quienes consumen tanto, y tan por encima de sus posibilidades que acaban por dedicar más tiempo a ganar dinero y al consumo que a vivir lo mejor que puedan, dentro de sus posibilidades, y sabiendo disfrutar y apreciar lo que tiene y, sobre todo, lo que es. De nosotros depende arriesgarnos a ser nuevos esclavos o no.

3 comentarios:

  1. GRACIAS por el artículo.. GRACIAS

    VIVE TU TIEMPO HERMAN@

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  2. muy interesante y muy cierto, salu2

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  3. Estupendo análisis de la nueva esclavitud. No por el hecho de ser más sofisticada es menos peligrosa. Y, aun más, esta nueva forma nos hace pensar, infelices de nosotros que somos libres. Ahí radica el peligro de esta nueva modalidad. Menos mal que queda gente lúcida como tú y lo expone claramente. ¡Ojalá todos tomáramos consciencia de hasta qué punto somos esclavos complacientes, que no complacidos!

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