Para poder llevar a cabo cualquier actividad humana de un modo lo
más eficaz y conveniente, normalmente lo mejor es poner al frente a alguien con
la formación y experiencia más adecuada para ello. Sanitarios en sanidad,
educadores en educación, deportistas en deportes… En este sistema de máximas
especializaciones, a nadie se le ocurre llamar a un fontanero para reparar un
problema eléctrico. Bueno, excepto en Catalunya donde las reparaciones
domésticas relacionadas con el agua y con la electricidad las resuelve, o no,
el mismo profesional, que se denomina lampista. Quizás esa peculiaridad les
pueda hacer raros, pero sin duda les hace más sabios, al menos a los lampistas,
que conocen de los problemas relacionados con las instalaciones de agua, y
también las de electricidad. En realidad
el resto de los catalanes también se benefician porque con el mismo profesional
solucionan dos posibles problemas a la vez.
El ejemplo se refiere a
una actividad de relativa importancia, pero cuando su trascendencia aumenta,
con más motivo se debe elegir más cuidadosamente al protagonista de la misma.
Cada aspecto tiene su importancia. Educación, sanidad,…todos ellos son
trascendentes, pero el principal, debido al sistema de funcionamiento social,
es precisamente el de gobernante porque sus decisiones trascienden a todos los
demás.
En este sentido las democracias han
introducido la posibilidad de elegir a quienes gobiernen y sus cualidades,
frente a la tradición de soportar a un gobernante impuesto por la gracia de
dios y los genes.
Si bien el presidente sólo
puede ser uno, con su formación y conocimientos, la habilidad de dirigir un
país depende sobre todo de saber rodearse de las personas adecuadas para hacer
una buena labor en sus respectivas funciones. Es ahí donde cabe preguntarse
cual es la formación de nuestros políticos y gobernantes y donde radica uno de
los principales problemas del sistema. Básicamente se trata de abogados y
economistas, cuando no acumulan ambas titulaciones.
Los primeros esencialmente conocen de leyes, y el sistema les ha
encomendado ser defensores de la justicia, lo que en unos tiempos dominados por
la corrupción y el dinero les ha llevado a servir, no a la Justicia o a lo
justo, sino al mejor pagador.
Los segundos básicamente conocen de Economía, una disciplina
completamente artificial, y creada por el hombre al igual que las complejas
leyes y normativas que rigen nuestra vidas, y sin ningún tipo de base
matemática, ni experimental aunque se escude en complejas fórmulas para tratar
de justificar su base científica, y que pretende lograr el mayor beneficio o
rendimiento del capital para sus propietarios. La confluencia de ambas
profesiones o formaciones en nuestros gobernantes y en un sistema neoliberal
que enriquece al que tiene dinero para especular a costa de todo y de todos
provoca que, dentro de la complejidad específica y voluntaria de ambos campos
de conocimiento, o de sus lenguajes, los políticos abogados legislen a favor de
sus mejores cliente y los políticos economistas hagan lo propio con las medidas
que adoptan e imponen para los diferentes sectores económicos. Más tarde los
consejos de administración respectivos les recibirán con sus poltronas creadas
al efecto.
Si en nuestras
prácticas rutinarias habituales no nos relacionaríamos habitualmente con un
abogado o un economista, e incluso renegaríamos de ello, ¿por qué les elegimos
para representarnos y dirigir nuestras vidas? En gran parte nos vienen
impuestos por los propios partidos, pero después los votos son nuestros, del
mismo modo que el clientelismo hacia el mejor pagador son, por lo general, de
abogados y economistas.
Su formación no es la adecuada para regir los destinos de los
pueblos sino para servir a los intereses privados sobre los que se sustentan la
existencia de ambas profesiones, y así nos va.
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