Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

viernes, 17 de enero de 2014

Los que no tuvimos abuela



Mi ignorancia, o mi incultura al respecto; mi experiencia al fin y al cabo, me llevaron a no comprender, hasta harto talludito, la expresión “no tiene abuela” cuando uno se adulaba generosamente en una actividad o aspecto. Cuando por fin, tras  largo tiempo, comprendí que, por lo general, las abuelas son unos seres generosos y entregados a sus nietos y que les halagan hasta la extenuación, aún sin motivo alguno, me pregunté porqué en mi caso no había sido así; puesto que por mucho que me esforzara no creo que pueda llegar a ser más atroz y despreciable que la media de nuestros políticos.
A parte de ello, entre las innumerables causas estaban es que tal vez no tuviera nada especialmente ensalzable, o que no compartía el tiempo suficiente con ellas, o que éramos tantos nietos, que al llegar a mi tardía llegada, ya estaban agotadas de su rol, o que… Entre todas las imaginables la más aceptable, común y aplicable a todos quienes se pudieran sentir como yo, es que no tuve abuela. Me explico, si tuve la suerte de tener abuela, las dos, pero no conocí a ninguno de mis abuelos porque fueron, de un modo u otro, víctimas colaterales de la guerra civil. Eso condicionó toda la estructura familiar desde que sucedió, y así, mis abuelas no pudieron ejercer de abuelas con sus nietos porque esa no era una circunstancia vital para su supervivencia y todas sus fuerzas debían dedicarse a sobrevivir y a sacar adelante a sus hijos, sin posibilidad o voluntad de reconstruir su vida o restituir la figura desaparecida.
Así sucede cuando el destino arrebata inesperadamente a uno de los protagonistas de su rol familiar, el sistema completo se resiente, y más aún cuando el origen de esa ausencia es traumático y las personas que tienen que asumir el dolor o la responsabilidad de sustituir al ausente no lo hacen o no tienen las fuerzas para hacerlo, porque la entereza de otras les hace superar todo. De ese modo podemos entender como las actuales víctimas del terrorismo, básicamente convertidas en ello por el terrorismo etarra, se lamentan de cómo muchos de sus verdugos salen de prisión como consecuencia de la aplicación de las leyes. Es comprensible como se sienten, porque la violencia sinsentido les arrebató a miembros de sus familias, y tal vez provoquen que alguien tenga que auto halagarse ante la ausencia de abuela, justo como nos pasó a cientos de miles de españoles.
Muchas de aquellas muertes también fueron terrorismo franquista y los culpables no es que no pidieran perdón o fueran liberados por errores judiciales, es que jamás fueron juzgados, ni tan siquiera inculpados, llegándose incluso a expulsar de la carrera judicial a quien quiso investigarlo, como es el caso del juez Garzón.
Toda violencia es detestable y condenable, y la de ETA más que ninguna, pero lo son todas por igual, ¿o es que unas abuelas valen más que otras?
Algunas de las víctimas de ETA eran militares y representaban las ideologías de la más extrema derecha, la misma que más tenazmente vocifera contra cualquier paso que pretenda zanjar para siempre las rencillas terroristas y abrazar de lleno la paz, y crea nuevos y más retrógrados partidos, pues el negocio de la seguridad es uno de los más rentables, y precisamente ahora se está abriendo la espita de nuevas áreas de negocio en ella.  Con seguridad algunos de los más de 15.000 indultados arbitrariamente por las sucesivos gobiernos democráticos de este país ha hecho más daño a los ciudadanos que algunos condenados por terrorismo.
Otras consecuencias del retorno de este rancio espíritu nacional son la reforma sanitaria, las nuevas leyes de educación y del aborto. Aún sin aquellas abuelas nos quieren devolver a las duras épocas de la postguerra que ellas vivieron: sin educación, sin sanidad, sin trabajo, y sin disfrutar del sexo… o con una recua de hijos, pero sin techo para guarecerse o alimento para comer.   

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