Mi ignorancia, o mi incultura al respecto; mi experiencia al
fin y al cabo, me llevaron a no comprender, hasta harto talludito, la expresión “no
tiene abuela” cuando uno se adulaba generosamente en una actividad o aspecto. Cuando
por fin, tras largo tiempo, comprendí
que, por lo general, las abuelas son unos seres generosos y entregados a sus
nietos y que les halagan hasta la extenuación, aún sin motivo alguno, me
pregunté porqué en mi caso no había sido así; puesto que por mucho que me
esforzara no creo que pueda llegar a ser más atroz y despreciable que la media
de nuestros políticos.
A parte de ello, entre las innumerables causas estaban es que
tal vez no tuviera nada especialmente ensalzable, o que no compartía el tiempo
suficiente con ellas, o que éramos tantos nietos, que al llegar a mi tardía
llegada, ya estaban agotadas de su rol, o que… Entre todas las imaginables la
más aceptable, común y aplicable a todos quienes se pudieran sentir como yo, es
que no tuve abuela. Me explico, si tuve la suerte de tener abuela, las dos,
pero no conocí a ninguno de mis abuelos porque fueron, de un modo u otro,
víctimas colaterales de la guerra civil. Eso condicionó toda la estructura
familiar desde que sucedió, y así, mis abuelas no pudieron ejercer de abuelas con
sus nietos porque esa no era una circunstancia vital para su supervivencia y
todas sus fuerzas debían dedicarse a sobrevivir y a sacar adelante a sus hijos,
sin posibilidad o voluntad de reconstruir su vida o restituir la figura
desaparecida.
Así sucede cuando el destino arrebata inesperadamente a uno
de los protagonistas de su rol familiar, el sistema completo se resiente, y más
aún cuando el origen de esa ausencia es traumático y las personas que tienen
que asumir el dolor o la responsabilidad de sustituir al ausente no lo hacen o
no tienen las fuerzas para hacerlo, porque la entereza de otras les hace
superar todo. De ese modo podemos entender como las actuales víctimas del
terrorismo, básicamente convertidas en ello por el terrorismo etarra, se
lamentan de cómo muchos de sus verdugos salen de prisión como consecuencia de
la aplicación de las leyes. Es comprensible como se sienten, porque la
violencia sinsentido les arrebató a miembros de sus familias, y tal vez
provoquen que alguien tenga que auto halagarse ante la ausencia de abuela,
justo como nos pasó a cientos de miles de españoles.
Muchas de aquellas muertes también fueron terrorismo
franquista y los culpables no es que no pidieran perdón o fueran liberados por
errores judiciales, es que jamás fueron juzgados, ni tan siquiera inculpados,
llegándose incluso a expulsar de la carrera judicial a quien quiso
investigarlo, como es el caso del juez Garzón.
Toda violencia es detestable y condenable, y la de ETA más
que ninguna, pero lo son todas por igual, ¿o es que unas abuelas valen más que
otras?
Algunas de las víctimas de ETA eran militares y
representaban las ideologías de la más extrema derecha, la misma que más
tenazmente vocifera contra cualquier paso que pretenda zanjar para siempre las
rencillas terroristas y abrazar de lleno la paz, y crea nuevos y más
retrógrados partidos, pues el negocio de la seguridad es uno de los más
rentables, y precisamente ahora se está abriendo la espita de nuevas áreas de
negocio en ella. Con seguridad algunos de los más de 15.000 indultados arbitrariamente por las sucesivos gobiernos democráticos de este país ha hecho más daño a los ciudadanos que algunos condenados por terrorismo.
Otras consecuencias del retorno de este rancio espíritu
nacional son la reforma sanitaria, las nuevas leyes de educación y del aborto.
Aún sin aquellas abuelas nos quieren devolver a las duras épocas de la
postguerra que ellas vivieron: sin educación, sin sanidad, sin trabajo, y sin
disfrutar del sexo… o con una recua de hijos, pero sin techo para guarecerse o
alimento para comer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario