Ya estamos una vez más dentro de la vorágine electoral. Cada vez que esto ocurre, el mundo parece transformarse. Los políticos posan con su mejor sonrisa en los carteles que ensucian nuestras calles y muestran su cara más amable y su tono de voz más seductor en los medios de comunicación... No hay nada imposible y todo es maravilloso.
Las calles de ciudades y pueblos, con las calzadas recién asfaltadas, se saturan de carteles y vehículos envueltos en propaganda que vociferan que su candidato es el mejor. Cualquier local susceptible de acoger un grupo de personas se convierte en escenario de tal o cual mitin, cuyos protagonistas aseguran que ser los más indicados para regir nuestros destinos. La parafernalia, el colorido y los despropósitos configuran un gigantesco y desprestigiado circo cuyas actuaciones se prolongan hasta la conclusión de las elecciones.
En este extraño circo no hay fieras, sólo pacíficos magos y patéticos payasos. Los magos intentan hipnotizar y convencer a su audiencia de los parabienes de su magia. Los patéticos payasos a veces somos los propios espectadores al creernos las triquiñuelas de los ilusionistas y en otras ocasiones ejercen de ello los propios prestidigitadores con sus deprimentes actuaciones.
La base de todos y cada uno de los discursos es la misma: las promesas. Esas vanas promesas cuya reiterada vacuidad e incumplimiento persiste en la historia. Los políticos prometen todo lo que su imaginación les indica con el fin de obtener nuestro voto.
No tienen escrúpulos en hacer muchas promesas a sabiendas de que no las cumplirán, haciendo válido el machista dicho de “mientras prometo, meto; y cuando he metido, nada de lo prometido” (eslogan que les iría que ni pintado a todos ellos). El problema es que los políticos sólo quieren “meter” una vez cada cuatro años y a los patéticos payasos se nos olvida que no han cumplido las promesas hechas en las anteriores elecciones.
Es aquí donde cabe preguntarse si el ser humano y la hiena no somos lo mismo. Los políticos actúan comportándose como auténticos carroñeros, mientras que el resto nos reímos con sus gracias y promesas. Es triste, pero es así, parecemos hienas y, como dice el chiste, la hiena es un animal que vive en África, se alimenta de carroña, se aparea una vez al año y emite un sonido similar al de la risa del ser humano. Es tan sorprendente que las hienas, viviendo en un continente tan abandonado como África, comiendo desperdicios y practicando sexo una vez cada doce meses emitan carcajadas, como que lo hagan los electores tras comprobar las falsas promesas de los candidatos a los que han de votar.
Lo cierto es
que esas líneas se publicaron en el Correo de Burgos en mayo de 2003 con motivo
de las elecciones municipales y autonómicas que se celebraron el 25 de mayo de aquel
mismo año, justo once antes de las europeas del próximo domingo.
Desde
entonces las cosas, al menos en este país, no han mejorado en absoluto, sino al
contrario hemos pasado del especulativo urbanístico del “España va bien” al
estallido de la burbuja inmobiliaria y del despilfarro político generalizado
que ha servido de justificación para desmantelar las bases del estado de
bienestar e imponer condiciones laborales y salarios cercanos a la miseria.
A parte de
eso, excepto corrupciones y sobresueldos, EREs y cohechos, reproches mutuos y
alguna superioridad mental que otra, hienas y circo, básicamente, siguen siendo
lo mismo. Eso sí, aunque los que pagan las entradas han visto notablemente
reducidos sus ingresos, el precio de las mismas y las remuneraciones de sus
protagonistas se han incrementado convenientemente con el coste de la vida.
Los 754
eurodiputados, incluidos los 54 españoles, cobrarán al mes la nada despreciable
cantidad de 6.200,72 euros netos, a los que hay que añadir 4.299 euros más para
gastos de gestión de oficina, más las dietas correspondientes, según su función
del momento, además de una partida destinada a pagar a sus asistentes
personales, y unos gastos por transporte que incluye la posibilidad de viajar
la costosa primera clase aérea. Entre pitos y flautas unos 15.000 euros al mes
limpios de polvo y paja, cifra no muy alejada de los ingresos anuales de muchos
españoles. Eso es sólo lo que cobran los señores eurodiputados, porque
la gigantesca infraestructura funcionarial y organizativa del invento es
gigantesca, y merece análisis aparte, ya que está financiada por todos los
países miembros.
En cuanto al
coste concreto del circo electoral del domingo en España y que debemos
apoquinar entre todos los españoles, se aproxima a los 75 millones de euros, y
es que mientras todo se recorta, las subvenciones presupuestarias a los
partidos políticos se incrementaron un veinte por ciento, hasta aproximarse a
los 18,5 millones de euros. Otra importante partida la componen los 13.000
millones de euros que cuestan los envíos de
propaganda y papeletas, que multiplican el trabajo de los carteros para
acabar atiborrando nuestros buzones, y más tarde los cubos de basura.
Entre las
dádivas legales a los contendientes al Parlamento Europeo, cada partido que
obtenga algún representante, recibirá 32.000 euros por cada uno de los que logre, más 1,08 euros por cada voto que haya recibido, lo que traducido a los
resultados de 2009 se convertiría en 6,6 millones de euros para el PP y 6,1
millones para el PSOE, como máximos beneficiarios.
Ciertamente
el precio de estos espectáculos circenses, y su mantenimiento, es demasiado
elevado para las contraprestaciones que reciben por ellos sus espectadores, y
cada vez es más patente que la farsa es únicamente defendida por quienes viven
cómodamente de ella, incluidos los propios líderes espirituales y religiosos
que siempre han hecho de su alianza con el poder el blindaje de sus privilegios.
Afortunadamente
no siempre es así. El arzobispo y premio Nobel de la Paz y uno de los máximos defensores de la democracia en
Sudáfrica, Desmon Tutu, manifestó antes de las elecciones en aquel país del
pasado 7 de mayo, que no votaría por el partido en el poder ANC (traducido, Congreso
Nacional Africano), salpicado por la creciente corrupción que se extiende por
todo el territorio, y muy alejado de los objetivos de igualdad defendidos por
sus fundadores, entre ellos Nelson Mandela, y el propio protagonista de las
declaraciones. Tutu también pidió a los electores que usaran la cabeza y que
pensaran antes de emitir su voto, “no voten como el ganado”. Justo lo contrario
de lo que quieren aquí para garantizar su corrupto y caro sistema circense
repleto de hienas.