Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

domingo, 20 de julio de 2014

Terrorismo y agitadores



El uso del terror, entendido como la perpetración de actos violentos para coaccionar a sociedades o gobiernos con el fin de alcanzar criterios u objetivos  diferentes a los seguidos, existe desde el momento en que se configuraron estados con el tamaño y la fuerza suficientes como para mantener dominados a unos súbditos con la capacidad y el descontento suficientes como para rebelarse ante el poder establecido. Obviamente, hasta la aparición de las democracias, en las que supuestamente la soberanía recae en el pueblo que con su voto elige libremente a sus gobernantes, los actos terroristas se teñían con cierta legitimidad, al ejecutarse contra los totalitarios poderes impuestos. Ahora esa supuesta legitimidad tiende a diluirse en la legitimidad que los aires democráticos  infunden a los sistemas de gobierno, hasta el punto de que el terrorismo de estado, el que ejerce el propio gobierno contra sus detractores, es a veces justificado.
El término terrorismo se utilizó por primera vez en la Revolución Francesa de 1789 cuando el gobierno revolucionario de Robespierre encarcelaba o ejecutaba a sus opositores monárquicos sin respetar las garantías procesales, y pretendiendo implantar connotaciones claramente negativas ante estos actos terroristas empleados por el estado. Más tarde algunos de los opositores al régimen zarista adoptaron las tácticas violentas jacobinas introduciendo en ellas el concepto de reivindicación política  ante la tiranía, lo que más tarde se encargarían de remarcar los ideólogos marxistas para diferenciar el terrorismo arbitrario de la violencia destinada a librarse de despóticas opresiones. Posteriormente la palabra se empleó para condenar las acciones anarquistas, pero el difundido sentido actual lo adquirió a partir de la propaganda nazi cuando se refería en esos términos a la resistencia  que surgía en los diferentes países ocupados por el régimen fascista de Hitler, aunque posteriormente, tras el fin de la guerra fría y de la amenaza comunista, el terrorismo se convirtió en el descalificativo cajón de sastre en el que cabía cualquier actividad contraria a los intereses capitalistas.
A nivel institucional se ha tratado varias veces de delimitar el terrorismo y ya en 1937, la Sociedad de Naciones, predecesora de la ONU, lo definía como cualquier acto criminal dirigido a causar el terror sobre determinas personas, grupos o público en general. En 1996 la asamblea de la ONU debatiendo sobre el asunto, concluyó una definición similar, aunque subrayando lo injustificable de todo acto terrorista, y posteriormente, las comisiones de expertos dilucidaron que el terrorismo era todo lo referido como tal en las diferentes legislaciones y reglamentos, abriendo la posibilidad de determinar como tal cualquier acto  que así se desee, según criterio de los poderes establecidos.
En España, la peculiaridad de una dictadura plácidamente consentida por las democracias occidentales durante casi ocho lustros, propició el surgimiento de algunos movimientos políticos radicales que utilizaron el terrorismo como arma. El grupo más efectivo, conocido y longevo fue ETA que surgió a finales de los cincuenta, para comenzar su actividad violenta ya iniciados los sesenta y cometer su más afamado atentado en diciembre de 1973, cuando acabaron con la vida del entonces presidente del gobierno, Luis Carrero Blanco. La complejidad de la acción y la escasa infraestructura del grupo terrorista, junto con las circunstancias que propiciaron el suceso invitan a pensar que tuvieron que contar con colaboración extra, que destacados autores coinciden en indicar que procedió de la agencia norteamericana de inteligencia, CIA, en su tarea de construir una monarquía constitucional cimentada en el rey Juan Carlos I. Tras la restauración de la democracia y las correspondientes discrepancias ideológicas, un sector del grupo continuó con los atentados terroristas hasta que las diferentes negociaciones por parte de los sucesivos gobiernos, treguas y rupturas de las mismas, anunciaron el alto el fuego en septiembre de 2010, el cese definitivo de la actividad armada en octubre de 2011, y hoy mismo 20 de julio de 2014, mediante un comunicado ha anunciado el desmantelamiento de sus estructuras logísticas y operativas, y el tránsito hacia la “confrontación democrática”.
Sea como fuere, la actividad de la banda ha servido durante todos estos años para establecer el principal enemigo del régimen constitucional español, y por ende, el enfrentamiento con sus ideologías como el mejor modo de defender el sistema instaurado y, dicho sea de paso, también ha procurado jugosos beneficios a compañías de seguridad privada y guardaespaldas.
En esa tesitura, la condena al terrorismo de ETA se erigió durante sus años de asesina actividad como el discurso que cohesionaba a las fuerzas democráticas, y quien no lo suscribía era tachado de antidemócrata. A medida que la banda abandonaba la violencia algunos movimientos políticos trataban de aproximarse para alcanzar antes la ansiada paz, aunque la intransigencia anidaba en algunos de ellos, especialmente en los más españolistas y radicales de derechas, herederos del franquismo y de las más profundas ideologías absolutistas.
Ahora esas facciones más extremistas y conservadoras, ante la aparición de tendencias ideológicas y políticas que cuestionan la integridad de un sistema que ha degenerado en una corrupción institucional excesivamente generalizada, pretenden desprestigiarles desenterrando las trasnochadas acusaciones de ser unos comunistas y no condenar el terrorismo. Esos mismos agitadores, que pretenden crear hostilidad ante los nuevos movimientos que conquistan las urnas y amenazan con cambiar las estructuras establecidas, no dudan en comerciar con cualquier tipo de terror si les aporta beneficios y jamás han condenado el terrorismo franquista que atentó contra un gobierno legítimo y democrático e instauró un régimen de terror durante cuarenta años. Ellos son los terroristas y agitadores que pretenden condicionar nuestras vidas para continuar en sus poltronas de riqueza y poder mientras el pueblo se empobrece. Lo preocupante es que continúen  ganando elecciones.

  

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