La vigésimo tercera edición del diccionario de la RAE lo
autoriza. Podemos llamar pepero al actual gobierno de Rajoy, pues se define
como “perteneciente o relativo al Partido Popular español”, y nuestro
registrador presidente y sus secuaces ministros a fe que lo son. Hasta la médula.
Como también lo es la actual administración autónoma madrileña. Quizás por esa coincidencia
pepera en los gobernantes de ambas administraciones, ambas también mantienen
políticas desastrosas para la ciudadanía en cuanto a igualdad y protección
social mientras sus dirigentes, junto a sus cómplices de otros partidos,
sindicalistas y empresariales se forran con sobresueldos, tarjetas opacas y
cargos en los más variados y lucrativos consejos de administración. Pero
ciñéndonos a las funciones de poder en sus aspectos legislativos y ejecutivos,
ciertamente estas execrables prácticas de gobierno no son exclusivas de
peperos, y también las ejecuta con similar desfachatez CIU en Catalunya. Se
desmantela cualquier atribución del estado relacionada con el estado de
bienestar y se legisla a favor de selectas oligarquías y de promover la
injusticia social y mayores diferencias entre ricos y pobres. Educación,
sanidad, justicia, energía,… todo se legisla y ejecuta de tal manera que
favorezca a una minoría adinerada y perjudique a la mayoría ciudadana. Bajo esas
deleznables premisas parecen moverse los gobiernos peperos, con Rajoy al frente
del central, y expandiendo al resto los bandazos en sus actuaciones y su
protocolo de actuación, mostrándose implacable en sus intereses, pero ignorando
hasta la dejación cuanto no le interesa o le incomoda.
Este artero modo de gobernar se hace más dañino cuanto mayor
es la mayoría absoluta y lo ha efectuado el gobierno en prácticamente todas y
cada una de sus decisiones si exceptuamos la controvertida reforma de la ley
del aborto, en la que, de momento, han moderado sus intenciones aún a costa de
la dimisión de Ruiz Gallardón. Por lo demás no han tenido ningún escrúpulo en
incumplir su programa electoral o enfrentarse a las mayorías opuestas a sus
decisiones y actitudes. De ese se han deteriorado los existentes fundamentos
del estado en materias educativas, judiciales, energéticas, sanitarias,…con la
misma desfachatez con la que eluden cualquiera de las múltiples corruptelas que
empapan las filas populares o las negligencias de algunos de sus dirigentes en
el ejercicio de sus funciones. En este sentido es especialmente indicativo de las
dañinas actuaciones de los gobiernos peperos y sus prepotentes actuaciones y
protocolos todo lo relacionado con el virus Ébola.
Primero el gobierno central decidió traer de África a los
religiosos españoles afectados por la enfermedad. Lo hizo a bombo y platillo,
como demuestra la profusión informativa y las coloridas caravanas que
acompañaron al traslado; y sin evaluar costes, ni económicos, pues aunque se
estimó en unos 200.000 euros es imposible saber cual fue exactamente, ni éticos,
ya que se ignoró la voluntad de los afectados y a sus compañeros, ni
organizativos, puesto que se obviaron todos los posibles riesgos de la actuación,
tal y como se han demostrado. Previamente el gobierno pepero de la comunidad de
Madrid había desmantelado el hospital de Carlos III, que funcionalmente estaba
destinado a tratar este tipo de enfermedades y era el único capacitado para
hacerlo. Así una administración le pasó a la otra un marrón generado por las
decisiones y políticas de ambas, y a los responsables de las dos, y de que ni
los medios ni la preparación y protocolos fueran las adecuados, sólo se les
ocurrió culpabilizar de todo a la sanitaria de enfermería, Teresa Romero, que,
en el desempeño de sus funciones, se contaminó. En el prepotente modo de
gobernar pepero, hasta entonces todo había sido implacabilidad y bombo en su
propagandística decisión de expatriar a los religiosos contagiados, y dejadez
hasta el abandono en cuanto a sus consecuencias. Una vez contagiada Teresa
Romero la implacabilidad se volcó sobre su culpabilidad, y aunque más tarde
trataron de rectificar, ya la habían cagado, hasta con su implacable intento de
convertir su dejadez en eficiencia que aún sigue coleando. Se sacrificó al
perro Excalibur y Teresa aún sigue incomunicada desde que ingresara en el
Carlos III el pasado 6 de octubre y a pesar de que ya ha superado todos los
tiempos protocolarios de contagio. Un paradigmatico ejemplo al que acuden
nuestros neoliberales gobernantes, Estados Unidos, una sanitaria con perro,
como Teresa, se contagió una semana después que ella del temible virus. El perro
no se sacrificó, y ella no sólo no está aislada sino que hace un par de días
era recibida y abrazada por Obama.
También el protocolo de Rajoy le llevó a visitar el Carlos
III. Dentro de las vorágines propagandísticas llegó a bombo y platillo, miró de
lejos a los afectados y aprovechó para grabar su hombrada con el fin de posteriormente
distribuirla entre los medios de difusión, por si, como viene siendo habitual,
comparecer ante los periodistas le pudiera contagiar alguna enfermedad
peligrosa o alguna pregunta incomoda. Suerte que en este protocolo pepero el
sacrificado fuera sólo el perro.
La vigésimo tercera edición del diccionario de la RAE lo
autoriza. Podemos llamar pepero al actual gobierno de Rajoy, pues se define
como “perteneciente o relativo al Partido Popular español”, y nuestro
registrador presidente y sus secuaces ministros a fe que lo son. Hasta la médula.
Como también lo es la actual administración autónoma madrileña. Quizás por esa coincidencia
pepera en los gobernantes de ambas administraciones, ambas también mantienen
políticas desastrosas para la ciudadanía en cuanto a igualdad y protección
social mientras sus dirigentes, junto a sus cómplices de otros partidos,
sindicalistas y empresariales se forran con sobresueldos, tarjetas opacas y
cargos en los más variados y lucrativos consejos de administración. Pero
ciñéndonos a las funciones de poder en sus aspectos legislativos y ejecutivos,
ciertamente estas execrables prácticas de gobierno no son exclusivas de
peperos, y también las ejecuta con similar desfachatez CIU en Catalunya. Se
desmantela cualquier atribución del estado relacionada con el estado de
bienestar y se legisla a favor de selectas oligarquías y de promover la
injusticia social y mayores diferencias entre ricos y pobres. Educación,
sanidad, justicia, energía,… todo se legisla y ejecuta de tal manera que
favorezca a una minoría adinerada y perjudique a la mayoría ciudadana. Bajo esas
deleznables premisas parecen moverse los gobiernos peperos, con Rajoy al frente
del central, y expandiendo al resto los bandazos en sus actuaciones y su
protocolo de actuación, mostrándose implacable en sus intereses, pero ignorando
hasta la dejación cuanto no le interesa o le incomoda.
Este artero modo de gobernar se hace más dañino cuanto mayor
es la mayoría absoluta y lo ha efectuado el gobierno en prácticamente todas y
cada una de sus decisiones si exceptuamos la controvertida reforma de la ley
del aborto, en la que, de momento, han moderado sus intenciones aún a costa de
la dimisión de Ruiz Gallardón. Por lo demás no han tenido ningún escrúpulo en
incumplir su programa electoral o enfrentarse a las mayorías opuestas a sus
decisiones y actitudes. De ese se han deteriorado los existentes fundamentos
del estado en materias educativas, judiciales, energéticas, sanitarias,…con la
misma desfachatez con la que eluden cualquiera de las múltiples corruptelas que
empapan las filas populares o las negligencias de algunos de sus dirigentes en
el ejercicio de sus funciones. En este sentido es especialmente indicativo de las
dañinas actuaciones de los gobiernos peperos y sus prepotentes actuaciones y
protocolos todo lo relacionado con el virus Ébola.
Primero el gobierno central decidió traer de África a los
religiosos españoles afectados por la enfermedad. Lo hizo a bombo y platillo,
como demuestra la profusión informativa y las coloridas caravanas que
acompañaron al traslado; y sin evaluar costes, ni económicos, pues aunque se
estimó en unos 200.000 euros es imposible saber cual fue exactamente, ni éticos,
ya que se ignoró la voluntad de los afectados y a sus compañeros, ni
organizativos, puesto que se obviaron todos los posibles riesgos de la actuación,
tal y como se han demostrado. Previamente el gobierno pepero de la comunidad de
Madrid había desmantelado el hospital de Carlos III, que funcionalmente estaba
destinado a tratar este tipo de enfermedades y era el único capacitado para
hacerlo. Así una administración le pasó a la otra un marrón generado por las
decisiones y políticas de ambas, y a los responsables de las dos, y de que ni
los medios ni la preparación y protocolos fueran las adecuados, sólo se les
ocurrió culpabilizar de todo a la sanitaria de enfermería, Teresa Romero, que,
en el desempeño de sus funciones, se contaminó. En el prepotente modo de
gobernar pepero, hasta entonces todo había sido implacabilidad y bombo en su
propagandística decisión de expatriar a los religiosos contagiados, y dejadez
hasta el abandono en cuanto a sus consecuencias. Una vez contagiada Teresa
Romero la implacabilidad se volcó sobre su culpabilidad, y aunque más tarde
trataron de rectificar, ya la habían cagado, hasta con su implacable intento de
convertir su dejadez en eficiencia que aún sigue coleando. Se sacrificó al
perro Excalibur y Teresa aún sigue incomunicada desde que ingresara en el
Carlos III el pasado 6 de octubre y a pesar de que ya ha superado todos los
tiempos protocolarios de contagio. Un paradigmatico ejemplo al que acuden
nuestros neoliberales gobernantes, Estados Unidos, una sanitaria con perro,
como Teresa, se contagió una semana después que ella del temible virus. El perro
no se sacrificó, y ella no sólo no está aislada sino que hace un par de días
era recibida y abrazada por Obama.
También el protocolo de Rajoy le llevó a visitar el Carlos
III. Dentro de las vorágines propagandísticas llegó a bombo y platillo, miró de
lejos a los afectados y aprovechó para grabar su hombrada con el fin de posteriormente
distribuirla entre los medios de difusión, por si, como viene siendo habitual,
comparecer ante los periodistas le pudiera contagiar alguna enfermedad
peligrosa o alguna pregunta incomoda. Suerte que en este protocolo pepero el
sacrificado fuera sólo el perro.