Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

lunes, 23 de mayo de 2016

El problema no son las banderas, son los fascistas

    Finalmente las estelades ondearon en la final de la copa del rey de fútbol disputada en el madrileño estadio del Vicente Calderón sin los agoreros síntomas de violencia. Las banderas independentistas catalanas, que fusionan las tradicionales señeras, de cuatro franjas rojas sobre fondo amarillo, con el triángulo y la estrella de las banderas de Cuba o Puerto Rico, en clara alusión del creador, Vicenç Albert Ballester, a la pérdida de las últimas colonias del imperio español del que se quería independizar Cataluña, habían sido vetadas por la delegación del gobierno de Madrid por considerar que su presencia podría incitar, fomentar o ayudar “a la realización de comportamientos violentos o terroristas” según recoge el artículo 2.1 de la Ley del deporte.

    La drástica decisión de la delegada del gobierno fue, en general, bien recibida por el propio gobierno del país y por el partido popular, justificando su adopción en base a criterios técnicos y para velar por la ausencia de provocaciones y enfrentamientos, aunque ni éstos, ni las banderas que se puedan exhibir, parecen importar en las manifestaciones que habitualmente convoca la ultraderecha de este país, una de las cuales tuvo lugar este mismo sábado en la capital madrileña bajo el lema “Defiende España, defiende tu gente” y convocada por el polémico colectivo Hogar Social Madrid que aboga por ayudar a los necesitados españoles, ignorando a quienes no lo son.

    La caverna mediática y los diferentes voceros populares también se mostraron muy satisfechos y respaldaron una prohibición que hasta al propio líder del PP catalán, Javier García Albiol, poco sospechoso de independentista, le pareció excesiva.

    El fin momentáneo a la controvertida decisión la puso el magistrado titular del juzgado contencioso administrativo número 11 de Madrid, al aceptar parcialmente el recurso presentado por la asociación Drets que en defensa de los aficionados azulgranas solicitaba la suspensión cautelar de la medida para no dañar su derecho a la libertad de expresión y alegaba que las esteladas están reconocidas como símbolos pacíficos y se exhiben habitualmente sin generar ningún tipo de violencia.

    Afortunadamente el juez no tuvo en cuenta las posiciones de la fiscalía y de la abogacía del Estado, la misma que califica de eslogan publicitario la posibilidad de que Hacienda seamos todos, que, en ambos casos avalaban la prohibición decretada por la delegada del Gobierno. Es decir, aunque desde el propio gobierno popular en funciones se negara que hubiera implicación en la decisión, todos sus instrumentos legales para lograr la prohibición de las esteladas lo apoyaban.

    El Tribunal Supremo en una sentencia del pasado 28 de abril estableció que las esteladas debían ser retiradas de los edificios públicos porque las administraciones públicas deben ser neutrales siempre y estas banderas reivindican la independencia catalana, pero el juez en su disposición deja claro que los derechos fundamentales, entre los que se encuentra la libertad de expresión, son titularidad de los ciudadanos y no de las Administraciones e Instituciones y considera que la prohibición dictada por la delegación del gobierno atenta contra ese derecho fundamental. Añade que en ningún momento se demuestra ni justifica que las esteladas sean ilegales o generen violencia y argumenta la necesaria suspensión cautelar de la medida porque el partido es irrepetible y por lo tanto el dolo causado irreversible en caso de producirse, de modo que autoriza la presencia de esteladas en la final del Vicente Calderón.

    Desgraciadamente tuvo que ser un juez quien adoptara la medida, porque todos los medios gubernamentales abogaban por lo contrario y en esta politizada justicia de tasas, leyes mordaza y jueces que cobran suculentas cantidades por sus actividades extrajudiciales, encierran a titiriteros e incluso amañan pruebas contra compañeros, todo es posible. Esta vez hubo suerte, aunque el problema real no son las banderas, los símbolos y tal vez hasta los hechos o las instituciones, sino la utilización partidista que se hace de todos ellos, y en eso, y en manipulación, el partido que nos gobierna es un auténtico experto y no tiene reparos ni escrúpulos en utilizar cualquier método para perpetuarse en el poder y de ese modo dejar bajo las alfombras la escandalosa corrupción que sustentan entre sus filas y que alcanza a la esencia misma del sistema y sus instituciones, no en vano hasta el mismo rey Juan Carlos I abdicó en favor de su hijo con una insólita actuación que ni siquiera contemplaba la propia Constitución para alejarse del ojo del huracán que pudiera avecinarse.

    Las hordas populares acatan, como no puede ser de otra manera, el dictamen judicial, pero desde sus cavernas mediáticas se critica sin piedad su contenido, pues estamos en pre-campaña y el PP se alimenta de unidad nacional y de terrorismo etarra, mirando con nostalgia tiempos pasados cuando aún vivían aún mejor que ahora y dando aún menos explicaciones, pero olvidando el terrorismo de estado, la opresión y la miseria en una gran sector de la población les caracterizaba.

    En realidad, la mayoría de las veces, el problema no son las banderas, ni otros símbolos reivindicativos, sino las actitudes fascistas.

    El germen inicial del fascismo surgió en la Europa posterior a la primera guerra mundial, como respuesta a un generalizado descontento social con la situación política y como una tercera vía a los gobiernos liberales de los países triunfantes en la guerra, en la perpetua crisis de su sistema; y las crecientes tendencias marxistas y anarquistas, algunas escindidas de las ideologías totalitarias puestas en marcha en la Unión Soviética.

    El primer fascismo triunfante se dio en Italia con Benito Mussolini fomentando una ideología totalitaria, basada en el corporativismo, la exaltación nacional y la propaganda revanchista frente a los enemigos de la nación. Más tarde Adolf Hitler añadió el concepto de raza aria y encauzó el malestar del pueblo alemán por el excesivo castigo como perdedor de la guerra con el fascismo nazi. El fascismo más tardío fue el franquismo, que sumaba a sus componentes el catolicismo extremo, si bien su afán revanchista no era contra los vencedores de una guerra y sus imposiciones, sino contra los vencedores de unas elecciones democráticas en las que el pueblo había rechazado las políticas de una monarquía corrupta y retrógrada. En general, el capital y las grandes empresas ayudaron a todo tipo de fascismos con el fin de evitar que pudieran triunfar las corrientes socialistas que amenazaban con arrebatarles parte de sus suculentos negocios y beneficios.

    Desde los años 80 y 90 del pasado siglo vuelven a proliferar en algunos países de Europa partidos políticos fascistas, neonazis y de ultraderecha. Francia, Alemania, Italia, e incluso los países escandinavos tienen crecientes votantes en partidos de ese tipo y en Austria no gobiernan por los pelos tras las elecciones celebradas ayer, 22 de mayo. En España parecemos estar más allá del bien y del mal y salvo algunas manifestaciones, como la del pasado sábado, y otros actos de exaltación fascista, parece no existir el problema, pero quizás se oculte de algún otro modo.

    A lo largo del último año la UEFA ha sancionado en dos ocasiones al Barça porque sus aficionados portaban senyeras en partidos internacionales, decisión a la espera de la resolución de los recursos presentado, y hace apenas tres semanas la organización del festival incluyó la ikurriña entre las banderas prohibidas en el evento, lo que tuvo que rectificar de inmediato ante las protestas de las autoridades españolas.

    Lo queramos o no Rajoy, su expresividad, su discurso y el de sus secuaces nos representa como país, y la repentina aversión de los organismos internacionales por estos símbolos se debe al exaltado discurso de nuestro gobierno, sus hordas y sus voceros de identificar esos símbolos con el independentismo e incluso el terrorismo, en su autoritaria y antidemocrática actitud (gobernando por decreto y politizando la justicia), con la que defienden el corporativismo de protegerse y defenderse en su generalizada exaltación nacionalista de una España unida. En este país estamos a salvo de que regrese el fascismo...

 


   ...Sencillamente nunca se ha ido, como certifican las negativas a rescatar a muchas víctimas del franquismo de las cunetas donde yacen, y el tufillo de nostalgia con el que se protegen algunos símbolos de la época.

El principal problema no son las banderas, son los fascistas; los mismos que se niegan  a acoger a los refugiados de los conflictos y miserias que ellos mismos generan.

viernes, 11 de marzo de 2016

Las inquietantes veleidades de la actual política española (Juego de tronos 2016)

   Los resultados de los últimos comicios electorales han dejado, por primera vez en este país, al desnudo las verdaderas capacidades e ideologías de nuestros políticos y sus partidos más allá de las falsas promesas y representaciones electorales. Lo peor es que ese involuntario striptease más que atractivo o erótico es repulsivo, repugnante y hasta vomitivo.

    El primero en demostrar su nula validez para la política, al menos la democrática porque desconoce el significado de esa palabra, lo que ya había demostrado sobradamente durante sus cuatro años de gobierno y amparado por su mayoría absoluta, fue Mariano Rajoy. Nada más conocerse el escrutinio electoral aseguró que eran los vencedores y que tenían que gobernar. Acto seguido no hizo absolutamente nada durante un mes hasta que el rey Felipe V convocó a los líderes políticos con el fin de proponer al candidato a la presidencia del gobierno. Desde el 20 de diciembre y hasta aquella tercera semana de enero el discurso del PP era el de reclamar su derecho a formar gobierno y de que se “respetaran los tiempos” para ello, lo que se convirtió en la consigna general en una corrección política tan inusitada como innecesaria porque la situación de emergencia en el país que se reclama ahora también existía entonces.

    Cuando la tarde del viernes 22 de enero el rey propuso a Rajoy formar gobierno el líder popular sólo pudo negarse, pues la propuesta de Podemos al PSOE para pactar dejaba al PP alejado de toda posibilidad de alcanzar la mayoría necesaria para derrotr el posible pacto.

    Si bien la bronca campaña electoral parecía haber dejado patente que nadie iba a pactar con nadie sin ser su partido el que alcanzara la presidencia del gobierno, Albert Rivera el día previo a la jornada de reflexión ya comenzaba a dejar clara la función de su partido de garantizar la continuidad del sistema y esgrimía su carácter de hombre de estado que por encima de todo ponía la unidad de la patria y su estabilidad de cara a los mercados, y para lograrlo respaldaría a la formación más votada, a todas luces y encuestas el PP de Rajoy, especialmente si éste desaparecía de la candidatura popular a la presidencia. Ahora tal vez sea necesario realizar un pequeño inciso para desentrañar mejor toda la estrategia.

    En el momento en el que Podemos comenzaba a aglutinar el malestar social por la desastrosa situación del país, ante la pasividad o inutilidad de los políticos que nos gobernaban, saltaron todas las alarmas. ¿Te imaginas las últimas elecciones sin Ciudadanos...? ¿...a donde hubieran ido a parar sus tres millones y medio de votos...? Los más avispados vieron la necesidad de enfrentar a la agrupación que concentraba las aspiraciones de los indignados un equivalente de derechas, con el fin de neutralizar o al menos minimizar su impacto. 

   El curtido Pedro J. Ramírez clamaba desde su bastión de contertulio, pues sus desencuentros con el PP de Rajoy le habían descabalgado de la dirección de El Mundo, la necesidad de potenciar una nueva formación de derechas para compensar el deteriorado aspecto de los partidos tradicionales que habían defendido hasta entonces los intereses del capital y el resto de poderes fácticos establecidos. Ante la imposibilidad de organizar una infraestructura completamente nueva, se decidió abogar por uno existente y el elegido fue Ciudadanos, un partido catalán con vocación de unidad española y cambiantes ideologías neoliberales que surgió en 2006 y que no tuvo demasiado éxito, e incluso fue rechazado varias veces por UPyD para fusionarse, hasta que fue escogido para competir contra Podemos en el nicho de los votantes desencantados, y las notables inyecciones económicas y de apoyo mediático han logrado que pescaran 3,5 millones de ellos. Lógicamente no hubieran ido todos ellos a la emergente formación de izquierdas, pero tal vez sí los suficientes para convertirse en la formación más votada y poner en serios aprietos al sistema. Así pues, la primera función de Ciudadanos estaba cumplida.

    La segunda, que era sumar, junto al PP, los escaños suficientes para que continuara gobernando la derecha, la frustraron los resultados electorales, y de ahí la pasividad de Rajoy y la situación de bloqueo actual que al fin y al cabo es como si continuaran gobernando los mismos, eso sí, sin poder empeorar lo que está, aunque también sin posibilidad de revertirlo. De ese modo llevamos soportando a Mariano Rajoy como presidente del gobierno desde el 21 de diciembre de 2011, la legislatura más larga de la democracia, encima con esta insoportable prórroga en la que por si fuera poco hemos tenido que ver al insigne gallego alardeando en el debate de investidura de Sánchez de su capacidad comunicativa espetando a la bancada socialista “No se preocupen que lo voy a explicar con tanta claridad que hasta ustedes lo van a entender”, ante el enardecido jalear de sus acólitos populares y mientras la mueca de su difícil rostro se tornaba satisfecha como el de quien alivia su cuerpo tras un prolongado y comprometido apretón, cosa que por cierto hace cada vez que sus burdas huestes bullen animándole, como se hacía con el más bruto de la cuadrilla.








   Lástima que no utilice la misma claridad para explicar la corrupción que salpica a su partido hasta la médula de sus propios sobresueldos. A pesar de todo la detestable verdad pepera siempre aflora.

         

 


    Las veleidades y vergüenzas de Rajoy quedan patentes una vez más. Pero,... ¿de verdad ese personaje es el presidente del gobierno y nos representa ante el mundo?...

    También hemos visto las funciones de Ciudadanos, cumplidas parcialmente al frenar a Podemos, aún no ha logrado garantizar la continuidad de la unidad de la patria y de sus políticas neoliberales, pero está haciendo todo lo posible, aprovechando de paso para convertir la situación política en una nueva transición democrática y reivindicarse Albert Rivera como un hombre de estado similar a Suárez, y con la llave del cambio. De momento ya ha logrado dinamitar los posibles acuerdos entre la izquierda y que el acuerdo al que ha llegado con el PSOE recoja el 80 por ciento de su programa, de lo que se jactan sin que los socialistas lo desmientan. A ver hasta donde son capaces de llegar porque mientras Rajoy siempre ha abogado porque le dejaran gobernar, Rivera lo hacia por un gran pacto pues aunque el resultado sería parecido de este modo su protagonismo sería mayor, y lograr echar al gallego de su poltrona sin duda mejoraría la corrupta imagen del sistema. Ciudadanos, en el fondo, es más de lo mismo, y aunque tienen una imagen renovada suelen votar junto al PP hasta cuestiones relacionadas con el franquismo y la Memoria histórica.


    Podemos, obviamente, también dista mucho de ser perfecto y tiene sus inquietantes devaneos con las actuaciones incomprensibles, absurdas e incluso reprochables, pero no son especialmente más despreciables que las del resto a pesar de que han sido atacadas desde todos los foros, medios, sistemas y voceros, a veces a través de falsedades y otras engrandeciendo minucias. Acusados de financiarse irregularmente desde regímenes totalitarios, también se les achaca defender y justificar el terrorismo, entre otros el de ETA o el islámico; e incluso de no tener experiencia para poder dedicarse a la política, y hasta de oler mal, llevar rastas o tener aspecto desaliñado... La generalizada inquina que ha despertado la formación entre las voces del poder clásico tiene un motivo: Si Podemos alcanza el poder y demuestra que un modo de gobernar diferente y más justo es posible todas las falacias del poder establecido, y que sólo benefician a quienes lo ejercen, se irán por los suelos junto con quienes las lleven a cabo. Ya lo están demostrando, con más o menos acierto, porque no es nada sencillo y es un proceso largo, en aquellos ayuntamientos donde gobiernan, como Madrid, donde se está reduciendo significativamente la deuda racionalizando los gastos que en muchos casos sólo mantienen estructuras inútiles y lucrativas para unos pocos, demasiado extendidas en la política española, y también en la mundial, de ahí que tampoco se quiera su éxito desde los centros de poder internacionales.

    El sistema está podrido y hay mucha mierda oculta bajo las alfombras con implicaciones políticas, de ahí que a pesar de las grandilocuentes palabras de los supuestos líderes democráticos del planeta, la humanidad se desangre en guerras de intereses económicos, los mismos que destruyen la Naturaleza, mientras son defendidos desde las asambleas parlamentarias para el beneficio de unos pocos, en muchas ocasiones los mismos que allí votan, no olvidemos que los comisionistas como Pedro Gómez de la Serna proliferan por doquier. Actualmente los informativos llenan sus portadas con refugiados que mueren en el mar o se hacinan en las fronteras en condiciones inhumanas ante la pasividad de los gobernantes occidentales, que en muchos casos son los causantes del conflicto del que huyen las masas, bien por vender las armas que se utilizan o por impulsar los intereses que las generan. Muchas veces los informativos ni siquiera citan sucesos similares porque ocurren lejos de nuestras cómodas fronteras, pero las causas y motivaciones son similares. Las minorías activistas de izquierdas denuncian esa hipocresía occidental en las instituciones políticas, pero su presencia es casi anecdótica, de ahí que si una fuerza social como Podemos demuestra que hay otros modos de gobernar sin que llegue el Apocalipsis anunciado por los defensores del sistema si ellos dejan el poder puede provocar un efecto dominó en las democracias del mundo, pues bajo su democrático aspecto gobiernan las oligarquías ocultas que financian y controlan partidos políticos.


    Así pues Podemos acumula merito suficiente como para tener tanto enemigo que quiera acabar con ellos, además de los que se pueda ganar por su incorrección política en algunos discursos o el afán de protagonismo que se les achaca, pero las acusaciones son tan vacuas que quienes las hacen tampoco están libres de ellas, porque todos los líderes se han faltado al respeto, y todos ellos, incluido Rivera aspiran al máximo protagonismo, de hecho para eso se presentaron a las elecciones, para tratar de alcanzar el poder, y por esa aspiración lícita que todos persiguen sólo se trata de demonizar a Podemos. Es tan absurdo como acusarles de financiarse irregularmente o de corrupción de algunos de sus miembros, cuando la financiación propia es irregular y las tramas de corrupción está generalizada y generada desde la propia tesorería y órganos del partido. A falta de argumentos se suele acabar aseverando eso de que todos son iguales, pero para que eso pueda llegar a ser cierto les tienen que conceder el tiempo para demostrarlo, de lo contrario sólo son prejuicios sin sentido, como acusarles de inexperiencia, pues todos y en todo empezamos sin experiencia. Además, iguales no son, porque ellos dimiten con facilidad, al contrario que el resto que se aferra a sus poltronas, aunque esa facilitad de dimitir se aprovecha para esgrimir que están divididos. Aún no se han enterado que la democracia no es sólo votar cada cuatro años sino pensar de modo diferente, exponerlo, dialogar, pactar, discrepar,... y dimitir si es necesario, no votar todos como borregos lo que diga el líder, como sucedió con la guerra de Iraq en la que el PP en pleno votó a favor, y sucede prácticamente con todo, primando los intereses del partido, que de ningún modo se pueden cuestionar.

     Sobre las actuales veleidades de nuestros políticos y sus partidos con respecto a su actitud ante los pactos y propuestas relativas a la formación de gobierno aseveraba un conocido comentarista político conservador poco sospechoso de apoyar a los de Pablo Iglesias: “Jamás me imaginé que iba a tener que decir que los de Podemos son los que están actuando de modo más coherente con sus ideas”. Razón no le falta porque ya hemos visto como quienes se atribuyen el triunfo no hacen nada para formar gobierno y quienes les respaldan ideológicamente pactan con sus rivales, aunque anhelan un gran pacto con los primeros.

    Ciertamente el comportamiento que parece más contradictorio, chocante e incluso incoherente con su discurso, o al menos a mi me lo parece, es el de mis amigos del PSOE. Pactan con una formación a la consideraban de derechas y con la que perjuraban que jamás lo harían y encima aceptan el 80 por ciento de su programa, según alardean unos y no niegan otros, para alcanzar un acuerdo que vendió como reformador y progresista para que fuera respaldado por sus afiliados, y así fue en el 80 por ciento de los casos de los que votaron, que fueron poco más de la mitad con los que cuenta. Las divisiones internas y las luchas por el poder en el PSOE llevaron a unificar en Podemos el enemigo de todas las facciones. Pablo Iglesias pasó a ser su más horrendo demonio y además recordó de modo desagradable la vinculación de su dios, Felipe González, con los GAL, lo que provocó la indignación de los confundidos líderes y portavoces socialistas, que hasta optaron por llamar al de la coleta por su nombre completo, Pablo Manuel Iglesias, para que no se confundiera con el fundador de su partido, no fuera a ensuciar su pulcra imagen.

    Lo que parecen olvidar estos nuevos socialistas es que cuando Pablo Iglesias fundó, junto a otros trabajadores y profesionales, el PSOE en 1879 se definió como un partido de clase obrera, socialista y marxista. Cien años después Felipe González echó un pulso a las bases cuando dimitió con toda su directiva al ser rechazada su propuesta de abandonar el marxismo como línea ideológica. Tres meses después González volvía triunfante y las bases renunciaban a su ideología marxista y a una de las esencias instauradas por Pablo Iglesias en la fundación del PSOE. El marketing, los analistas y los nuevos aires dominantes señalaban que para alcanzar el poder había que moderar la ideología y González no tuvo ningún escrúpulo en sacrificar su génesis embrionario marxista. Es innegable que el PSOE triunfó como partido, pero dudo mucho que ese éxito haya repercutido de igual modo entre sus bases y electores. Tampoco se puede negar que los sucesivos gobiernos de Felipe González hicieron cosas buenas, y muchas. Después de 40 años de dictadura no tiene demasiado mérito hacer mejoras, e incluso tal vez también las hizo Aznar, y sin duda las hizo Zapatero hasta que las políticas de la Unión Europea le obligaron a lo contrario y aceptó. Se convirtió en lo que ahora Rivera diría que es un responsable hombre de estado; y eso es precisamente lo que hizo Felipe González, plegarse a las peticiones europeas y del sistema; y es lo que ha hecho exclusivamente Rajoy aún a costa del sufrimiento del pueblo, porque gobiernan para las macroinstituciones, los poderes que las controlan y sus propios intereses, no para el bien común.

    González realizó actuaciones positivas en sanidad, educación, igualdad, libertades, derechos,... partiendo de la nada franquista, pero sin llegar a los niveles que existían en la Europa Occidental de entonces (por eso en la caída de esta crisis España ha tocado fondo antes, igual que el resto de los países de cola, como Grecia o Portugal, porque en esta programada destrución del estado de bienestar el nuestro estaba a la altura de una silla con respaldo, mientras otros disfrutaban de cómodos sofás-cama con mueble bar y pantalla panorámica), y entregando a cambio idelogías y principios, la primera la entrada de España en la Otan, y las siguientes abrir la espita de las privatizaciones de las joyas de la corona empresariales, de las cajas de ahorro, la promoción de la pensiones privadas, y de las Empresas de empleo temporal, por citar sólo algunas de las actuaciones que no irían sólo contra el marxismo demonizado, sino contra el socialismo que decía defender. 

   Ahora las veleidades del PSOE y de Sánchez parecen volver a la duda de si optar por ser un hombre de estado y defender la unidad nacional y la continuidad del sistema, o tratar de rescatar a una ciudadanía maltratada en sus derechos y libertades y respetar su capacidad de decidir. Si de verdad quieren reivindicar la figura de Pablo Iglesias deberían volver a la esencia de defender a la mayoría de las personas y no doblegarse a los intereses de las instituciones o del propio crecimiento del partido o las aspiraciones personales. 

   Ese mismo riesgo lo corre Podemos, y todas las tendencias de izquierdas, porque las de derechas ya están plegadas a los poderes económicos y espirituales. Recordemos que el PSOE  de Pablo Iglesias  era un partido de clase obrera, socialista y marxista y tardó hasta 1910, más de 20 años, en lograr representación parlamentaria momento a partir del cual fue creciendo y anexionando formaciones . Una década después Pablo Iglesias fue abandonando su actividad política por problemas de salud y poco después, como toda la izquierda a nivel internacional, se escinde, surgiendo el PCE. Más tarde el PSOE apoyó la dictadura de Primo de Rivera, lo que le permitió ser el partido de mayor crecimiento y el más organizado para la segunda república, donde no le dejaron demostrar de lo que capaz gobernando en una coalición de izquierdas para demostrar cual era su esencia. Ahora tienen la posibilidad de hacerlo junto a un nuevo Pablo Iglesias pactando con Podemos, a ver si las izquierdas son capaces de reivindicar con hechos que lo son, y pactar en bien del electorado en lugar del de sus ansias de poder. 

   De lo contrario sucederá lo de casi siempre, ante la división de la izquierda gobernará la derecha.

domingo, 6 de marzo de 2016

El juego de tronos de la transición (La truculenta carrera hacia las poltronas democráticas)

    Los que hemos llegado al medio siglo recientemente tuvimos la fortuna de despertar a la interpretación de la realidad de la vida consciente del adolescente cuando los aires de libertad retornaban a soplar en una nación grande y libre que había permanecido atemorizada durante cuarenta años de dictadura militar franquista. Bueno, atemorizada una gran parte, porque otra bastante menor fue la causa de ese temor.

    Llegábamos a la exploración del nuevo universo con las informaciones contradictorias que habíamos mamado en nuestra infancia, con el temor o la superioridad respiradas en el entorno familiar, y la disciplina política del régimen y el rigor católico en las aulas. Instalados en la confusión observábamos como mientras nos inculcaban a sangre y fuego el cielo y el infierno a los que nos abocarían indefectiblemente cumplir las normas católicas y ser obedientes, o incumplirlas y pecar, aquellos que más rezaban en las iglesias eran normalmente quienes menos escrúpulos tenían a la hora de explotar a sus semejantes para poder mantener el lujoso ritmo de vida que derrochaban.

    Además lentamente, y como en tinieblas, ampliabas los conocimientos sobre como cuarenta años antes había habido una guerra en la que aquellos tan religiosos y espirituales que ocupaban todos los niveles de poder, en lugar de amar al prójimo como a si mismos, habían provocado una guerra levantándose en armas contra un gobierno democrático y libremente elegido en las urnas, y luego mantenido un estado de terror que acabó por diluirse con la muerte del dictador, aunque nunca del todo porque sus fanáticos seguidores fueron tantos que aún hoy perduran, no en vano todavía se resisten a reconocer una Ley de Memoria Histórica que repare  a las víctimas de la Guerra Civil y condene los actos reprobables del franquismo. Mientras los adolescentes tratábamos de conformarnos la nueva realidad, y los adultos, con más lastres y conocimientos, intentaban creer que algo iba a cambiar, los poderes políticos y fácticos iniciaban su truculenta carrera hacia las poltronas democráticas.

    Jamás he visto la exitosa serie Juego de Tronos, lo confieso, ni tengo el menor interés en hacerlo, pero salvando las distancias temporales y circunstanciales, los acontecimientos ocurridos en la transición española bien podían protagonizar algunos capítulos de la actual serie, comenzando por el espectacular asesinato de Carrero Blanco, elegido por el caudillo ferrolano para sustituirle como presidente del gobierno mientras el rey Juan Carlos ocuparía la jefatura del estado, y en cuyo atentado tuvieron merito tanto ETA como la CIA, teoría defendida desde diferentes posiciones, tal y como se explica en el libro Ser o aparentar.

    En medio de aquel hervidero de ideas y aspiraciones en lo que sí se pusieron de acuerdo todos ellos fue en la necesidad de crear un gran número de tronos, en lo que fue conocido como café para todos, para que de ese modo pudiera satisfacerse a más aspirantes. A partir de ahí el juego estaba preparado, sólo necesitaron glorificar la cocinada Constitución del 78 y los estatutos de autonomía y demás democráticas leyes emanadas de las mismas. Pero si analizamos los polvos que conformaron aquellas primeras cortes constituyentes post-franquistas quizás comprendamos mejor los lodos que nos embadurnan ahora.

    Los aires dominantes del momento en la política internacional comandados por USA y Henry Kisinger necesitaban construir un escenario controlado por los intereses norteamericanos tanto comercial como estratégicamente, y en ambos aspectos España era una atractiva presa, pues suponía un terreno casi virgen para el capital extranjero, así como lo era su mercado para sus productos, y una excelente ubicación para las bases militares norteamericanas, que ya estaban instaladas pero su futuro era incierto. Ese era el panorama de la presión política global, del que no se enteraban los ciudadanos de a pie, que bastante tenían con decidir a quien votaban sin que sucediera nada malo, después de cuarenta años de miedos.

    Bajo esa tesitura los españolitos tendrían que elegir el 15 de junio de 1977 entre las formaciones legalizadas al efecto para poder participar en el nuevo tablero del reparto del poder, una de las últimas apenas dos meses antes, el PCE el 9 de abril, eso sí, capitulando al hecho de que el sistema de gobierno fuera una monarquía y aceptando la bandera rojigualda, como todos, aunque en su caso renunciando a los principios de los que había sido el más activamente defensor durante el franquismo.

    Los resultados de las últimas elecciones, celebradas en febrero de 1936, habían situado como vencedor al PSOE de Indalecio Prieto, con el 20,9% de los votos, seguido por la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) de José María Gil Robles con el 18,6%, la Izquierda Republicana de Manuel Azaña con el 18,4 %; mientras que Unión Republicana obtuvo el 7,8%, el PCE 3,5% y la ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) de Lluis Companys, a la postre presidente de la Generalitat y asesinado por el franquismo en 1940, logró el 4,4 % de los votos a nivel nacional. El panorama era netamente republicano y mayoritariamente progresista, lo que convierte en aún más despreciable el levantamiento contra el legitimo gobierno el alzamiento militar del 18 de julio de 1936, y los 40 posteriores años, conformando uno de los actos terroristas más prolongados de la historia porque el terrorismo se define como:

1. m. Dominación por el terror.

2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.

    Y el franquismo fue todo eso por mucho que se empeñen en tratar de ignorarlo muchos de los que condenan eternamente el terrorismo de ETA utilizándolo a su antojo.


    Tras aquellos cuarenta oscuros años las reglas de partida no eran las mismas, y así los republicanos tenían que envainársela, pues no es que fueran líneas rojas, como está de moda decir ahora, sino lentejas...; lo que se tenía que construir era una Monarquía constitucional y parlamentaria, y no cabía república alguna... Si quieres las tomas y si no las dejas. Esa fue la primera y esencial trampa de la Transición, junto al café para todos, a pesar de que se trató de legitimar a través de un dirigido referéndum a favor del SÍ a lo propuesto sin ninguna posibilidad de negociación al respecto. Así pues los partidos progresistas retornaban a la escena política cercenados en su ideología y anquilosados por la impuesta clandestinidad, con lo que ambos suponen de alejamiento del electorado.

    Por su parte, las organizaciones de derechas, en su mayor parte católicas y franquistas trataron de alejarse del estigma ideológico que les sustentaban y así conformaron nuevas agrupaciones. La secciones más radicales se agruparon en torno a Manuel Fraga y la formación Alianza Popular que se creó en octubre de 1976, mientras que Adolfo Suárez decidió sustituir su liderazgo en Falange por una confederación de partidos aglutinados bajo el nombre de UCD (Unión de Centro Democrático), fundado en mayo del 77 como coalición y refundado ya como partido tres meses después, una vez en el gobierno. Los resultados de aquellos comicios dieron como vencedor a Adolfo Suárez y su UCD con el 34,4% de los votos, seguido de Felipe González y su PSOE con el 29,3%. A mucha distancia se situó el PCE de Carrillo con el 9,3%, la AP de Fraga con el 8,2%, mientras que el PSP de Enrique Tierno Galván apenas logró el 4,4%, y ya hacía su entrada en la política Jordi Pujol y su Pacto democrático por Cataluña (PDPC) que alcanzó el 2,8 % de los votos y el PNV el 1,6%. Pujol creó CIU en septiembre de 1978 y se entronizó en su poltrona de poder hasta 2003 cuando cedió el testigo a su delfín Arthur Mas, y fue presidente de la Generalitat entre mayo de 1980 y diciembre de 2003. ERC no pudo presentarse a aquellas elecciones bajo sus siglas, pues fue el último partido en legalizarse, una vez que en septiembre de 1977 Suárez restablece por real decreto la Generalitat de Catalunya y favorece el regreso del exilio de Josep Tarradellas.

Sea como fuere, el electorado español había optado por las posiciones más moderadas y los candidatos más jóvenes, el centro derecha de UCD, que se aprovecho del acceso a los medios oficiales e institucionales que tuvo Suárez al ser nombrado por el rey Juan Carlos I en julio de 1976 como presidente del gobierno que habría de regular la transición y liquidar las instituciones franquistas; y el centro izquierda del PSOE, que en su moderación ideológica recibía mayor apoyo económico y que, como el PCE, se prodigó en los más de 20.000 mítines que protagonizaron aquella campaña electoral. Los peor parados, junto al PCE, fueron la Alianza Popular de Fraga que contaba con un gran respaldo de los poderes económicos, y los demócrata cristianos de José María Gil Robles, ex líder de la CEDA.

    En cualquier caso los primeros tronos del poder que afinarían las normas del juego estaban definidas, aunque sus principales márgenes de actuación eran reducidos pues todos los cromos se habían intercambiado y se sacrificaban las aspiraciones republicanas por la inclusión de derechos y libertades. Aquellas cortes aprobaron una importante amnistía de presos políticos y la Constitución del 78, ratificada por una amplia mayoría de ciudadanos el 6 de diciembre de ese mismo año, y a la que sólo se opusieron pequeños partidos nacionales de izquierda y de derechas, además de los republicanos vascos y catalanes. La formación de Jordi Pujol optó por el sí mientras que el PNV se inclinó por la abstención y de los 16 representantes de la Alianza Popular de Fraga ocho votaron a favor, cinco en contra y tres se abstuvieron.

    Las bases del nuevo marco político estaban establecidas y sólo quedaba desarrollarlas, así que Suárez convocó nuevas elecciones para el 1 de marzo de 1979 confiando en alcanzar la mayoría absoluta, pero los resultados no fueron muy diferentes a los anteriores. La UCD de Suárez logró el 34,8% de los votos, el PSOE de González apenas alcanzó el 30,4%, a pesar de haber absorbido al PSP y otras formaciones, el PCE de Carrillo llegó al 10,7% y la nueva agrupación de Fraga, Coalición Democrática se quedó en el 6%. Para esos segundos comicios ya estaban legalizados todos los partidos republicanos pero apenas tuvieron votos. Ya existía CIU, que sumó el 2,7% de los votos, y el PNV el 1,6%. Aquellos resultados no satisficieron a ninguno de los partidos y fue una convulsa legislatura para todos ellos por escisiones internas.

    El XXVIII congreso del PSOE celebrado en mayo del 79 rechazó la propuesta de González y su ejecutiva de moderar la ideología del partido y alejarse del marxismo, lo que provocó la dimisión de toda la directiva, aunque un congreso extraordinario en septiembre de ese mismo año aceptó todas las condiciones impuestas por el Isidoro de la clandestinidad quedando inaugurado el Felipismo socialista que se consolidaría en la mayoría absoluta de las siguientes elecciones y cuya alargada sombra aún se cierne sobre el socialismo español. Por su parte la UCD se escindió tras la dimisión de Suárez hasta prácticamente desaparecer y algo similar le sucedió al PCE de Carrillo.

    Los grandes beneficiarios de la debacle fueron la retomada Alianza Popular de Fraga, que se consolidó con la creación del PP en 1989, y el refundado PSOE de González que en octubre del 82 recogieron los trocitos de los otros partidos para iniciar una alternancia bipartidista que tal vez haya concluido tras las últimas elecciones. Ciertamente la ideología de ambos partidos ha evolucionado, especialmente para ganarse al electorado de centro, pero mientras la del PP mantiene la esencia franquista que les impide condenar los actos de la dictadura, la del PSOE renunció a los principios marxistas con las que su fundador, Pablo Iglesias, lo gestó. Ambos partidos, junto a los nacionalistas CIU y PNV, se repartieron desde su consolidación tanto los tronos creados sucesivamente, como su creación a medida. Ahora, casi cuarenta años después, y a pesar de que los voceros y defensores del sistema se empeñen en proclamar una bondad y excelencia ejemplares a lo largo de todo el proceso  hay que plantearse si realmente eso ha sido así o sólo ha sido un necesario paso para alcanzar una democracia real sin las trabas del pasado. 

    Los resultados están a la vista, con dos reyes y los juzgados del país repletos de casos de corrupción mientras cada vez hay más desigualdades entre la población, así que cada uno sabrá si en la política y poltronas de este país se debe cambiar algo... o casi todo.

viernes, 26 de febrero de 2016

Cristales de colores

    Poetizaba el humanista asturiano Ramón de Campoamor allá por el siglo XIX sobre la realidad de la vida: En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira...

    La bella construcción expresiva nos hace comprender que en la vida todo es variable y está impregnado de subjetividad; desde nuestras pensamientos e ideas, esas que a veces nos parecen inmutables y absolutas, hasta las interpretaciones de nuestro entorno o de los hechos, esos que con demasiada frecuencia consideramos únicos y universales. La aceptación de que cada individuo puede tener puntos de vista o reacciones diferentes ante un mismo estímulo es la base de la necesaria diversidad y la consecuencia de que todos seamos distintos, pero sin duda es uno de los encantos de la vida porque de ese modo es posible que nuestros hijos sean los más guapos, nuestros perros los más inteligentes o nuestras decisiones y actitudes las más acertadas, haciendo de ese modo cierta la máxima cartesiana de que lo único repartido equitativamente entre los seres humanos es la razón, porque todo el mundo cree tener la suficiente. De ser de otra manera, todos nos enamoraríamos de la misma persona, nos gustarían comidas similares o pensaríamos de modo parecido. Definitivamente todo resultaría demasiado calculado e incluso aburrido.

    Ciertamente antes de que la razón fuera aupada a la categoría de motivo, causa, justificación o argumento de cualquier circunstancia, siempre lo eran los conferidos por los poderes naturales, como la fuerza o alguna habilidad; o los sobrenaturales, como los dioses o los espíritus. Desde entonces las directrices de las comunidades fueron asumidas por los más fuertes, o los más avispados, con los riesgos de que ambos velaran más por sus propios intereses que por los del grupo. Ese lastre se incrustó en la esencia misma de la mayoría de las sociedades y organizaciones, creciendo con ellas, de tal manera que fuertes y avispados iban creando los nuevos núcleos de poder influyentes en ese desarrollo.

    A medida que los conocimientos aumentaban, los poderes rectores naturales y sobrenaturales se complementaban con los creados artificialmente: normas, leyes, jueces, tribunales,… que bajo diferentes denominaciones y aspectos iban incorporándose a las pautas directoras de las comunidades y pueblos. Lenta, pero implacablemente, las estructuras socio-políticas se fueron afianzando, apoyándose unos focos de poder en otros de tal modo que se retroalimentan hasta perpetuarse, o en su defecto prolongar su cómoda existencia hasta su obligada extinción, de tal manera que se aliaban en estructuras que se entrelazaban haciendo necesaria la mutua existencia. Un claro ejemplo de alianza entre poderes políticos y espirituales que aún hoy permanece en algunos países son las monarquías que tras amoldarse a diferentes estadios y adjetivaciones, al ritmo de los avances del pensamiento, aún conservan la designación divina de sus protagonistas.

    El paradigma extremo de interacción entre ambos poderes lo realizó el emperador romano Constantino I, cuando allá por el siglo IV acabó con el creciente riesgo para el imperio de un cristianismo en aumento, proclamándose uno de sus líderes, para así manipularlo desde dentro, y estableciendo las bases de la iglesia católica. Del mismo modo, catorce siglos después, Enrique VIII, ante las discrepancias con la iglesia romana por sus matrimonios, decidió crear la escisión que sirviera a sus propios intereses y acabó cristalizando en el anglicanismo. De esas maneras, o similares, nos han ido tintando históricamente los cristales con los que podíamos mirar el mundo, con épocas y sociedades más avanzadas y otras, más habituales y retrógradas.

    Ciertamente a medida que los conocimientos aumentaban y las tecnologías permitían su mayor difusión y afianciamiento, la variedad de interpretaciones y criterios se incrementaban multiplicando las tonalidades de los cristales con los que veíamos el mundo, eclosionando con el Renacimiento, y consolidándose y extendiéndose progresivamente a partir de entonces. Pero no seamos demasiado vanidosos.

    Por ceñirnos a la cultura cristiana occidental que básicamente nos rige y cala profundamente en nuestras personalidades y comportamientos, conscientemente o no, desde hace más de 1.500 años, hasta hace apenas doscientos aún imponía la validez de sus artificiales dogmas a través de la cruel y sangrienta Inquisición. Eso apenas fue antesdeayer, y a partir de entonces es cuando se abrieron paso la razón y la ciencia entre los motivos que tintaban los cristales de nuestra realidad, aunque siempre difundidas y potenciadas por los emergentes poderes, una vez más en lucha continua con los ya existentes hasta llegar a un nuevo equilibrio de fuerzas en el que perdurarán los más fuertes.

    A medida que nuestros conocimientos se multiplican, nuestra sabiduría crece y con ella la capacidad y la voluntad de tintar personalmente nuestros propios cristales. Es costoso por muchos motivos, que van desde las imposiciones externas de las dictaduras y fanatismos (de ahí que se pretenda eliminar la filosofia, el amor al conocimiento, el arte de pensar, de los planes de estudio),  hasta la comodidad interna de sentarse a ver la tele sin pensar. De ese modo se corren muchos riesgos, porque el maligno aparato es un excelente púlpito para todo tipo de discursos, y estos más peligrosos son cuanto más trascendentes son los personajes que los utilizan, porque tintan los cristales de nuestra realidad manipulándola de modo partidista.

    Para verlo de un modo más claro trataremos de ejemplarizando. Observemos las declaraciones cualquiera de los miembros del gobierno Rajoy en funciones, todos ellos, incluido el presidente, como sacados de las más afianzadas y decrépitas ideologías franquistas de hace 70 años. Pongamos por ejemplo las recientes declaraciones del ministro del interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, en el que pretendía tintar el cristal de las crecientes actuaciones judiciales contra miembros de su partido con falta de espontaneidad y casualidad, como buscando tras las mismas la existencia de una conspiración contra las estructuras del PP, en lugar de aceptar que la podredumbre generalizada que les salpica es la causa inevitable de que proliferen los indicios de corrupción en sus filas y la investigación de los mismos.

    Las teorías de Fernández Díaz sobre conspiraciones judeo-masónicas han sido históricamente utilizadas como excusa genérica ante adversidades de difícil explicación. Franco lo hacía habitualmente, el PP lo había utilizado cuando hace unos años se destapó la trama Gürtel, y ahora se repite, pues a la opinión del ministro del interior en funciones se une la del propio Rajoy, y se amplia con el aditamento de un complot de la izquierda radical y otras retorcidas teorías, apuntadas por Camps, Rita Barberá, Català, Cospedal,... y numerosos voceros populares cuyo único objetivo es tintar los cristales de una realidad política que nos toma por gilipollas.   

    Otra de las recientes y controvertidos tintes que usó Fernández Díez para disfrazar la realidad fue cuando en el supuesto escrache al concejal del ayuntamiento de Madrid, Javier Barbero, por parte de la policía municipal, fue asegurar, y hasta celebrar, que con ello habían probado de su propia medicina. Ciertamente es cuando menos chocante que un fervoroso católico miembro del Opus Dei y asiduo visitante de templos y rituales, además de firme gestor y promotor de leyes mordaza y de recortes de libertades se congratule de que un semejante, al que se ha de amar como a sí mismo, reciba de su propia medicina en lugar de condenar unos actos que demoniza, y pretende ilegalizar, si contraviene a sus intereses y los del entorno que defiende. Supongo que porque son muy propensos a los riesgos de eschacres por sus maneras de actuar y legislar, pero hasta con esto pretenden engañarnos tintando el color del cristal a su gusto, pues los escraches se refieren a acciones contra actuaciones o actitudes contrarias a derechos esenciales y universales, como el derecho a la vivienda o a la vida digna; y lo que hicieron los policías municipales fue una convulsa reivindicación laboral, comparable a la que pudieron vivir los conocidos como los ocho de Airbus, sindicalistas a los que la fiscalía pedía más de ocho años de prisión, pero que fueron absueltos la pasada semana. Si en lugar de ser el asediado un concejal del ayuntamiento de Carmena, lo hubiera sido del PP, o un ejecutivo de una empresa amiga, los manifestantes no se hubieran considerado como un escrache sino como una ilegal petición laboral. Y es que el gobierno del PP ha tintado a su antojo hasta los cristales con los que miran los fiscales.

    La última estratagema para tintar la realidad por parte del partido que gobierna en funciones este país es apelar a los sentimientos, aprovechando el tirón de la reciente imputación de la portavoz del ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, por un presunto delito contra los sentimientos religiosos recogido en el art. 525 del código penal, por ocupar la capilla de la Universidad Complutense en 2011 y en el mismo acto exhibir su torso desnudo reivindicando la eliminación de un templo católico de una institución pública y laica. La fiscalía pide un año de prisión en base a este poco aplicado precepto del que ya fue absuelto Javier Krahe en junio de 2012 por su participación ocho años antes en el vídeo “Como cocinar un Cristo para dos personas”. La extrema sensibilidad sentimental del PP, con Fernández Díez, quien en su éxtasis espiritual hasta ha condecorado vírgenes, al frente ya piden la dimisión de Maestre si es condenada.

    Ese repentino ataque sentimental ha calado tanto en el nuevo discurso del PP que hasta Rita Barberá, emotiva ella, ha agradecido que sus padres no estuvieran vivos para ver la persecución a la que se la somete injustamente, y el presidente Rajoy se apena por haber sido declarado persona non grata en su adorada Pontevedra por permitir, como presidente en funciones, que su ría se siga contaminando por parte de ENCE durante 60 años más. El nuevo tinte del cristal de la realidad parece ser que por encima de corruptos o malos gestores son personas de carne y hueso, seres humanos con sentimientos,... ¿o era al revés?



Es lo mismo, el caso es que los sentimientos que muestran ahora con los corruptos jamás los tuvieron con los desahuciados, los afectados por las preferentes, los discapacitados, los parados... Con ellos no, todos ellos ¡Que se jodan!

 

 

 No dejes que elijan y manipulen el color de tu cristal para mirar el mundo.


lunes, 15 de febrero de 2016

¡Fuera caretas!

   La truculenta y costosa fiesta de disfraces y poltronas que gobierna este país y que financiamos con nuestros impuestos ha llegado a un punto en el que todos los participantes deben quitarse las caretas y asumir la realidad, y más aún cuando ya concluyen los carnavales 2016 y se van a cumplir dos meses desde las últimas elecciones. El último, y reciente, circo electoral del 20D ha dejado un novedoso panorama en el que no caben ambigüedades que se puedan ocultar bajo la alfombra de los remiendos legislativos, los requiebros legales o del olvido, actuaciones habituales del último gobierno popular. 

   Albert Rivera se desenmascaró, para quien no tenía claro ya su verdadero rostro, el viernes 18 de diciembre cuando dejó para la jornada de reflexión de sus posibles electores por primera vez que iba a respaldar un posible gobierno del PP. Tal vez el secreto a voces revelado por el líder de Ciudadanos hizo recapacitar a algunos de sus presuntos votantes que, al arrepentirse, trastocaron las previsiones de unas encuestas que parecían garantizar la mayoría de un pacto PP-Ciudadanos para sustentar cuatro años más de gobierno popular, ahondando más en desigualdades y en políticas retrógradas y antisociales para continuar potenciando la especulación, que es en el fondo lo que persigue la formación de Albert Rivera, eso sí, maquillando con nuevos aires las reaccionarias ideologías que sustentan la rancia y arcaica esencia de ambas formaciones de que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres más pobres. 

   Los inesperados resultados que auparon a Podemos al lugar reservado en las encuestas para Ciudadanos frustraron las esperanzas conservadoras de continuar su atroz gobierno, y casi de inmediato Mariano Rajoy y las hordas peperas reivindicaron su condición de fuerza más votada y la obligada democrática decisión de dejarles gobernar, e incluso llegar a necesarios pactos para garantizar la estabilidad y el futuro del país. La conciliadora llamada al diálogo y al consenso de Mariano Rajoy y sus adláteres hubiera sido mucho más creíble, verosímil y aceptable si el grupo popular no se hubiera pasado cuatro años aplastando cualquier iniciativa que no fuera suya con el rodillo de su mayoría absoluta, y despreciando, ninguneando y manipulando a las instituciones democráticas, e incumpliendo completamente y desde el principio un programa electoral respaldado por casi once millones de ingenuos electores. 

   Repasando uno a uno los ministerios del gobierno de Rajoy, sus unilaterales actuaciones no han favorecido a la mayoría de los habitantes de este país. Desde la imposición de las tasas judiciales hasta la subida del IVA, pasando por el desmantelamiento de los servicios públicos a base de recortes en sanidad, educación, dependencia y cualquier tipo de gasto social, y llegando a la aprobación de legislaciones restrictivas de derechos y libertades como la ley mordaza, la politización de la justicia y la utilización partidista de instituciones, han ido todas ellas contra la mayor parte de la población. Por mucho que ahora quieran colocarse la careta de demócratas dialogantes, los irrefutables hechos de los últimos cuatro años, avalados por la actitud despectiva, prepotente y casi insultante de las fuerzas populares con su todopoderoso presidente Mariano Rajoy, que sido capaz de aglutinar a un grupo de ministros sin escrúpulos para hacer retroceder al país sesenta años atrás, pero con la mayor parte de las posesiones que entonces eran de la dictadura en manos de la especulación privada. 

   Los renovados discursos de sus portavoces, clamando por un diálogo y unas normas democráticas que jamás han respetado, hieden tanto a la corrupción institucionalizada que salpica al partido y que le inhabilita para gobernar, al menos hasta que se renueven las cúpulas responsables, por activa y por pasiva, de las corruptelas generalizadas allá donde han gobernado. Esperanza Aguirre ya ha dimitido como presidenta del PP madrileño, pero continua como concejala en el ayuntamiento de Madrid, por lo que dada su trayectoria, como en las malas películas de terror, es muy probable que no se vaya realmente nunca. 

    En las filas del PSOE también hay muchas caretas que quitar. Especialmente en las cavernas de la vieja guardia dirigente y sus secuelas directas, donde la comodidad del aburguesamiento se instalado, si no lo estaba ya. Es hora de olvidar gloriosos pasados, aceptar errores y retornar a los orígenes proletarios que presidieron su fundación como partido político y que seguramente reside entre la mayor parte de sus militantes de base, pero que parece diluirse a medida que se aumenta en el escalafón organizativo. Pedro Sánchez, si le dejan, puede definir hacia donde quieren dirigir sus siglas si hacia el Socialista Obrero o hacia el Partido Español. 

    Podemos, si bien hasta ahora no ha tenido caretas reales, porque son nuevos y no ha habido tiempo de constatarlas, si que las tiene ideológicas, y deben desprenderse de ellas, pero sobre todo aceptar el amplio trecho que va desde las utópicas teorías políticas hasta las realizables prácticas gubernamentales, y no pretender realizar saltos arriesgados cuando son más fiables los pequeños pasos para tratar de garantizar la llegada a la meta, aunque sea más lenta. 

   También los votantes tenemos nuestras caretas, no en vano el PP se siente respaldados por 7,2 millones de votantes para seguir llevando al país por derroteros similares a los actuales, en los que la corrupción sigue campando a sus anchas y con los miembros del partido salpicados por ella protegidos para evitar su procesamiento judicial, y las desigualdades sociales incrementándose. 

   Si bien 3,6 millones de los votantes del PP en 2011 ya le han abandonado y no apoyan sus políticas, me pregunto cuantos de los millones que aún le quedan tienen que quitarse la careta de corruptos, corruptores o vividores del sistema, cuantos la de querer parecerse a ellos, cuantos la de añorar un franquismo tan terrorista en su gestación y desarrollo como los terrorismos que dicen condenar, y cuantos realmente son conservadores demócratas convencidos. 

   Objetivamente el voto de izquierdas en este país es superior al de derechas, y ya va siendo hora de que sus representantes se pongan de acuerdo en derrocar una derecha que históricamente ha asolado a este país. Es el primer paso en un camino que sin duda debe quitar la idealizada máscara que confiere a la constitución del 78 un halo de perfecta ejemplaridad. Algo tendrá de malo cuando ha llevado al estado a estos límites de corrupción institucional y bipartidista, comenzando porque un sistema no puede ser muy democrático cuando blinda a los partidos mayoritarios e impone una jefatura de estado por designación divina, como todas las arcaicas monarquías del planeta, y una unidad territorial impuesta. El propio Rajoy, como tantos hipócritas desvergorzados, suele afirmar que las cosas deben ser "como dios manda". Será su dios, porque el mío no permitiría que los mismos que le rezan fervorosamente en los templos, y se escandalizan por la presencia en ellos de torsos desnudos, legislen, gobiernen y actúen, e incluso roben, potenciando la miseria en la mayoría y el enriquecimiento de unos pocos. 

    Si lo hacen tan bien, y es todo tan bueno, ¿por qué tienen miedo a preguntarnos lo que queremos? Lo único que les interesa es mantener sus poltronas y privilegios, no el bienestar del pueblo, porque la mayoría de ellos fuera de la vida política, o de las influencias que ésta les ha conferido, serían mediocres personajes. Muchos, por tradición franquista, están en política para forrarse, frase que se le atribuye a Eduardo Zaplana, pero que pronunció el ex-secretario general del PP de Valencia, Vicente Sanz. Zaplana, como la mayoría de ellos, fue más sútil, y expresó su deseo de entrar en política para ganarse la vida cómoda y holgadamente, no para servir al interés común, como tanto cacarean.  No son servidores públicos, sino que se sirven de lo público. 

¡Fuera caretas TODOS y asumamos cada uno nuestra responsabilidad!