Poetizaba el humanista asturiano Ramón de Campoamor allá por el
siglo XIX sobre la realidad de la vida: En este mundo traidor / nada
es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que
se mira...
La bella construcción expresiva nos hace comprender que en la vida
todo es variable y está impregnado de subjetividad; desde nuestras
pensamientos e ideas, esas que a veces nos parecen inmutables y
absolutas, hasta las interpretaciones de nuestro entorno o de los
hechos, esos que con demasiada frecuencia consideramos únicos y
universales. La aceptación de que cada individuo puede tener puntos
de vista o reacciones diferentes ante un mismo estímulo es la base
de la necesaria diversidad y la consecuencia de que todos seamos
distintos, pero sin duda es uno de los encantos de la vida porque de
ese modo es posible que nuestros hijos sean los más guapos, nuestros
perros los más inteligentes o nuestras decisiones y actitudes las
más acertadas, haciendo de ese modo cierta la máxima cartesiana de
que lo único repartido equitativamente entre los seres humanos es la
razón, porque todo el mundo cree tener la suficiente. De ser de otra
manera, todos nos enamoraríamos de la misma persona, nos gustarían
comidas similares o pensaríamos de modo parecido. Definitivamente
todo resultaría demasiado calculado e incluso aburrido.
Ciertamente antes de que la razón fuera aupada a la categoría de
motivo, causa, justificación o argumento de cualquier circunstancia,
siempre lo eran los conferidos por los poderes naturales, como la
fuerza o alguna habilidad; o los sobrenaturales, como los dioses o
los espíritus. Desde entonces las directrices de las comunidades
fueron asumidas por los más fuertes, o los más avispados, con los
riesgos de que ambos velaran más por sus propios intereses que por
los del grupo. Ese lastre se incrustó en la esencia misma de la
mayoría de las sociedades y organizaciones, creciendo con ellas, de
tal manera que fuertes y avispados iban creando los nuevos núcleos
de poder influyentes en ese desarrollo.
A medida que los conocimientos aumentaban, los poderes rectores
naturales y sobrenaturales se complementaban con los creados
artificialmente: normas, leyes, jueces, tribunales,… que bajo
diferentes denominaciones y aspectos iban incorporándose a las
pautas directoras de las comunidades y pueblos. Lenta, pero
implacablemente, las estructuras socio-políticas se fueron
afianzando, apoyándose unos focos de poder en otros de tal modo que
se retroalimentan hasta perpetuarse, o en su defecto prolongar su
cómoda existencia hasta su obligada extinción, de tal manera que se
aliaban en estructuras que se entrelazaban haciendo necesaria la
mutua existencia. Un claro ejemplo de alianza entre poderes políticos
y espirituales que aún hoy permanece en algunos países son las
monarquías que tras amoldarse a diferentes estadios y
adjetivaciones, al ritmo de los avances del pensamiento, aún
conservan la designación divina de sus protagonistas.
El paradigma extremo de interacción entre ambos poderes lo realizó
el emperador romano Constantino I, cuando allá por el siglo IV acabó
con el creciente riesgo para el imperio de un cristianismo en aumento,
proclamándose uno de sus líderes, para así manipularlo desde
dentro, y estableciendo las bases de la iglesia católica. Del mismo
modo, catorce siglos después, Enrique VIII, ante las discrepancias
con la iglesia romana por sus matrimonios, decidió crear la escisión
que sirviera a sus propios intereses y acabó cristalizando en el
anglicanismo. De esas maneras, o similares, nos han ido tintando
históricamente los cristales con los que podíamos mirar el mundo,
con épocas y sociedades más avanzadas y otras, más habituales y
retrógradas.
Ciertamente a medida que los conocimientos aumentaban y las
tecnologías permitían su mayor difusión y afianciamiento, la variedad de
interpretaciones y criterios se incrementaban multiplicando las
tonalidades de los cristales con los que veíamos el mundo,
eclosionando con el Renacimiento, y consolidándose y extendiéndose
progresivamente a partir de entonces. Pero no seamos demasiado
vanidosos.
Por ceñirnos a la cultura cristiana occidental que básicamente
nos rige y cala profundamente en nuestras personalidades y
comportamientos, conscientemente o no, desde hace más de 1.500 años,
hasta hace apenas doscientos aún imponía la validez de sus
artificiales dogmas a través de la cruel y sangrienta Inquisición.
Eso apenas fue antesdeayer, y a partir de entonces es cuando se
abrieron paso la razón y la ciencia entre los motivos que tintaban
los cristales de nuestra realidad, aunque siempre difundidas y
potenciadas por los emergentes poderes, una vez más en lucha
continua con los ya existentes hasta llegar a un nuevo equilibrio de
fuerzas en el que perdurarán los más fuertes.
A medida que nuestros conocimientos se multiplican, nuestra
sabiduría crece y con ella la capacidad y la voluntad de tintar
personalmente nuestros propios cristales. Es costoso por muchos
motivos, que van desde las imposiciones externas de las dictaduras y
fanatismos (de ahí que se pretenda eliminar la filosofia, el amor al conocimiento, el arte de pensar, de los planes de estudio), hasta la comodidad interna de sentarse a ver la tele sin pensar.
De ese modo se corren muchos riesgos, porque el maligno aparato es un
excelente púlpito para todo tipo de discursos, y estos más
peligrosos son cuanto más trascendentes son los personajes que los
utilizan, porque tintan los cristales de nuestra realidad
manipulándola de modo partidista.
Para verlo de un modo más claro trataremos de ejemplarizando.
Observemos las declaraciones cualquiera de los miembros del gobierno
Rajoy en funciones, todos ellos, incluido el presidente, como sacados
de las más afianzadas y decrépitas ideologías franquistas de hace
70 años. Pongamos por ejemplo las recientes declaraciones del
ministro del interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, en el que
pretendía tintar el cristal de las crecientes actuaciones judiciales
contra miembros de su partido con falta de espontaneidad y
casualidad, como buscando tras las mismas la existencia de una
conspiración contra las estructuras del PP, en lugar de aceptar que
la podredumbre generalizada que les salpica es la causa inevitable de
que proliferen los indicios de corrupción en sus filas y la
investigación de los mismos.
Las teorías de Fernández Díaz sobre conspiraciones judeo-masónicas
han sido históricamente utilizadas como excusa genérica ante
adversidades de difícil explicación. Franco lo hacía
habitualmente, el PP lo había utilizado cuando hace unos años se
destapó la trama Gürtel, y ahora se repite, pues a la opinión del
ministro del interior en funciones se une la del propio Rajoy, y se
amplia con el aditamento de un complot de la izquierda radical y
otras retorcidas teorías, apuntadas por Camps, Rita Barberá,
Català, Cospedal,... y numerosos voceros populares cuyo único
objetivo es tintar los cristales de una realidad política que nos
toma por gilipollas.
Otra de las recientes y controvertidos tintes que usó Fernández
Díez para disfrazar la realidad fue cuando en el supuesto escrache
al concejal del ayuntamiento de Madrid, Javier Barbero, por parte de
la policía municipal, fue asegurar, y hasta celebrar, que con ello
habían probado de su propia medicina. Ciertamente es cuando menos
chocante que un fervoroso católico miembro del Opus Dei y asiduo
visitante de templos y rituales, además de firme gestor y promotor
de leyes mordaza y de recortes de libertades se congratule de que un
semejante, al que se ha de amar como a sí mismo, reciba de su propia
medicina en lugar de condenar unos actos que demoniza, y pretende
ilegalizar, si contraviene a sus intereses y los del entorno que
defiende. Supongo que porque son muy propensos a los riesgos de
eschacres por sus maneras de actuar y legislar, pero hasta con esto
pretenden engañarnos tintando el color del cristal a su gusto, pues
los escraches se refieren a acciones contra actuaciones o actitudes
contrarias a derechos esenciales y universales, como el derecho a la
vivienda o a la vida digna; y lo que hicieron los policías
municipales fue una convulsa reivindicación laboral, comparable a la
que pudieron vivir los conocidos como los ocho de Airbus,
sindicalistas a los que la fiscalía pedía más de ocho años de
prisión, pero que fueron absueltos la pasada semana. Si en lugar de
ser el asediado un concejal del ayuntamiento de Carmena, lo hubiera
sido del PP, o un ejecutivo de una empresa amiga, los manifestantes
no se hubieran considerado como un escrache sino como una ilegal
petición laboral. Y es que el gobierno del PP ha tintado a su
antojo hasta los cristales con los que miran los fiscales.
La última estratagema para tintar la realidad por parte del
partido que gobierna en funciones este país es apelar a los
sentimientos, aprovechando el tirón de la reciente imputación de la
portavoz del ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, por un presunto
delito contra los sentimientos religiosos recogido en el art. 525 del
código penal, por ocupar la capilla de la Universidad Complutense en
2011 y en el mismo acto exhibir su torso desnudo reivindicando la
eliminación de un templo católico de una institución pública y
laica. La fiscalía pide un año de prisión en base a este poco
aplicado precepto del que ya fue absuelto Javier Krahe en junio de
2012 por su participación ocho años antes en el vídeo “Como
cocinar un Cristo para dos personas”. La extrema sensibilidad
sentimental del PP, con Fernández Díez, quien en su éxtasis
espiritual hasta ha condecorado vírgenes, al frente ya piden la
dimisión de Maestre si es condenada.
Ese repentino ataque sentimental ha calado tanto en el nuevo
discurso del PP que hasta Rita Barberá, emotiva ella, ha agradecido
que sus padres no estuvieran vivos para ver la persecución a la que
se la somete injustamente, y el presidente Rajoy se apena por haber sido declarado
persona non grata en su adorada Pontevedra por permitir, como
presidente en funciones, que su ría se siga contaminando por parte
de ENCE durante 60 años más. El nuevo tinte del cristal de la
realidad parece ser que por encima de corruptos o malos gestores son
personas de carne y hueso, seres humanos con sentimientos,... ¿o era
al revés?
Es lo mismo, el caso es que los sentimientos que muestran ahora con
los corruptos jamás los tuvieron con los desahuciados, los afectados
por las preferentes, los discapacitados, los parados... Con ellos no,
todos ellos ¡Que se jodan!
No dejes que elijan y manipulen el color de tu cristal para mirar
el mundo.
La truculenta y costosa fiesta de disfraces y poltronas que gobierna este país y que financiamos con nuestros impuestos ha llegado a un punto en el que todos los participantes deben quitarse las caretas y asumir la realidad, y más aún cuando ya concluyen los carnavales 2016 y se van a cumplir dos meses desde las últimas elecciones. El último, y reciente, circo electoral del 20D ha dejado un novedoso panorama en el que no caben ambigüedades que se puedan ocultar bajo la alfombra de los remiendos legislativos, los requiebros legales o del olvido, actuaciones habituales del último gobierno popular.
Albert Rivera se desenmascaró, para quien no tenía claro ya su verdadero rostro, el viernes 18 de diciembre cuando dejó para la jornada de reflexión de sus posibles electores por primera vez que iba a respaldar un posible gobierno del PP. Tal vez el secreto a voces revelado por el líder de Ciudadanos hizo recapacitar a algunos de sus presuntos votantes que, al arrepentirse, trastocaron las previsiones de unas encuestas que parecían garantizar la mayoría de un pacto PP-Ciudadanos para sustentar cuatro años más de gobierno popular, ahondando más en desigualdades y en políticas retrógradas y antisociales para continuar potenciando la especulación, que es en el fondo lo que persigue la formación de Albert Rivera, eso sí, maquillando con nuevos aires las reaccionarias ideologías que sustentan la rancia y arcaica esencia de ambas formaciones de que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres más pobres.
Los inesperados resultados que auparon a Podemos al lugar reservado en las encuestas para Ciudadanos frustraron las esperanzas conservadoras de continuar su atroz gobierno, y casi de inmediato Mariano Rajoy y las hordas peperas reivindicaron su condición de fuerza más votada y la obligada democrática decisión de dejarles gobernar, e incluso llegar a necesarios pactos para garantizar la estabilidad y el futuro del país. La conciliadora llamada al diálogo y al consenso de Mariano Rajoy y sus adláteres hubiera sido mucho más creíble, verosímil y aceptable si el grupo popular no se hubiera pasado cuatro años aplastando cualquier iniciativa que no fuera suya con el rodillo de su mayoría absoluta, y despreciando, ninguneando y manipulando a las instituciones democráticas, e incumpliendo completamente y desde el principio un programa electoral respaldado por casi once millones de ingenuos electores.
Repasando uno a uno los ministerios del gobierno de Rajoy, sus unilaterales actuaciones no han favorecido a la mayoría de los habitantes de este país. Desde la imposición de las tasas judiciales hasta la subida del IVA, pasando por el desmantelamiento de los servicios públicos a base de recortes en sanidad, educación, dependencia y cualquier tipo de gasto social, y llegando a la aprobación de legislaciones restrictivas de derechos y libertades como la ley mordaza, la politización de la justicia y la utilización partidista de instituciones, han ido todas ellas contra la mayor parte de la población.
Por mucho que ahora quieran colocarse la careta de demócratas dialogantes, los irrefutables hechos de los últimos cuatro años, avalados por la actitud despectiva, prepotente y casi insultante de las fuerzas populares con su todopoderoso presidente Mariano Rajoy, que sido capaz de aglutinar a un grupo de ministros sin escrúpulos para hacer retroceder al país sesenta años atrás, pero con la mayor parte de las posesiones que entonces eran de la dictadura en manos de la especulación privada.
Los renovados discursos de sus portavoces, clamando por un diálogo y unas normas democráticas que jamás han respetado, hieden tanto a la corrupción institucionalizada que salpica al partido y que le inhabilita para gobernar, al menos hasta que se renueven las cúpulas responsables, por activa y por pasiva, de las corruptelas generalizadas allá donde han gobernado. Esperanza Aguirre ya ha dimitido como presidenta del PP madrileño, pero continua como concejala en el ayuntamiento de Madrid, por lo que dada su trayectoria, como en las malas películas de terror, es muy probable que no se vaya realmente nunca.
En las filas del PSOE también hay muchas caretas que quitar. Especialmente en las cavernas de la vieja guardia dirigente y sus secuelas directas, donde la comodidad del aburguesamiento se instalado, si no lo estaba ya. Es hora de olvidar gloriosos pasados, aceptar errores y retornar a los orígenes proletarios que presidieron su fundación como partido político y que seguramente reside entre la mayor parte de sus militantes de base, pero que parece diluirse a medida que se aumenta en el escalafón organizativo. Pedro Sánchez, si le dejan, puede definir hacia donde quieren dirigir sus siglas si hacia el Socialista Obrero o hacia el Partido Español.
Podemos, si bien hasta ahora no ha tenido caretas reales, porque son nuevos y no ha habido tiempo de constatarlas, si que las tiene ideológicas, y deben desprenderse de ellas, pero sobre todo aceptar el amplio trecho que va desde las utópicas teorías políticas hasta las realizables prácticas gubernamentales, y no pretender realizar saltos arriesgados cuando son más fiables los pequeños pasos para tratar de garantizar la llegada a la meta, aunque sea más lenta.
También los votantes tenemos nuestras caretas, no en vano el PP se siente respaldados por 7,2 millones de votantes para seguir llevando al país por derroteros similares a los actuales, en los que la corrupción sigue campando a sus anchas y con los miembros del partido salpicados por ella protegidos para evitar su procesamiento judicial, y las desigualdades sociales incrementándose.
Si bien 3,6 millones de los votantes del PP en 2011 ya le han abandonado y no apoyan sus políticas, me pregunto cuantos de los millones que aún le quedan tienen que quitarse la careta de corruptos, corruptores o vividores del sistema, cuantos la de querer parecerse a ellos, cuantos la de añorar un franquismo tan terrorista en su gestación y desarrollo como los terrorismos que dicen condenar, y cuantos realmente son conservadores demócratas convencidos.
Objetivamente el voto de izquierdas en este país es superior al de derechas, y ya va siendo hora de que sus representantes se pongan de acuerdo en derrocar una derecha que históricamente ha asolado a este país. Es el primer paso en un camino que sin duda debe quitar la idealizada máscara que confiere a la constitución del 78 un halo de perfecta ejemplaridad. Algo tendrá de malo cuando ha llevado al estado a estos límites de corrupción institucional y bipartidista, comenzando porque un sistema no puede ser muy democrático cuando blinda a los partidos mayoritarios e impone una jefatura de estado por designación divina, como todas las arcaicas monarquías del planeta, y una unidad territorial impuesta. El propio Rajoy, como tantos hipócritas desvergorzados, suele afirmar que las cosas deben ser "como dios manda". Será su dios, porque el mío no permitiría que los mismos que le rezan fervorosamente en los templos, y se escandalizan por la presencia en ellos de torsos desnudos, legislen, gobiernen y actúen, e incluso roben, potenciando la miseria en la mayoría y el enriquecimiento de unos pocos.
Si lo hacen tan bien, y es todo tan bueno, ¿por qué tienen miedo a preguntarnos lo que queremos? Lo único que les interesa es mantener sus poltronas y privilegios, no el bienestar del pueblo, porque la mayoría de ellos fuera de la vida política, o de las influencias que ésta les ha conferido, serían mediocres personajes. Muchos, por tradición franquista, están en política para forrarse, frase que se le atribuye a Eduardo Zaplana, pero que pronunció el ex-secretario general del PP de Valencia, Vicente Sanz. Zaplana, como la mayoría de ellos, fue más sútil, y expresó su deseo de entrar en política para ganarse la vida cómoda y holgadamente, no para servir al interés común, como tanto cacarean. No son servidores públicos, sino que se sirven de lo público.
¡Fuera caretas TODOS y asumamos cada uno nuestra responsabilidad!